A pesar de su fortaleza, nuestro personaje ya sentía cómo la debilidad
conquistaba su cuerpo, igual que un río desbordado que inunda los campos
colindantes, arrasando cosechas, destruyendo caminos y cubriendo de lodo cuanto
encuentra a su paso.
Jamás en su vida había enfrentado una pendiente tan implacable como aquella,
una cuesta traicionera que le impedía avanzar mientras intentaba sostener la
pesada carga que debía transportar hasta su destino.
Si pudiera pensar con claridad, sin la bruma del agotamiento, o si su
naturaleza le hubiese privado del don del raciocinio, acaso recordaría la
titánica empresa —más bien un castigo divino— que condenó a Sísifo a empujar su
roca una y otra vez por la ladera del inframundo, solo para verla rodar cuesta
abajo, obligándolo a recomenzar eternamente.
Pero nuestro personaje no piensa. Y, en realidad, no hay comparación posible.
Sísifo luchaba contra una montaña infinita, mientras que él solo debe superar
un diminuto montículo: un leve desnivel de tierra y guijarros cubiertos de
barro, de no más de quince centímetros de altura.
Porque nuestro héroe no es un hombre castigado por los dioses, sino un humilde
escarabajo pelotero, empeñado en llevar hasta su refugio una esfera de
excrementos que, para él, es el tesoro más preciado del mundo.
tomado de https://narrativabreve.com/2025/03/microrrelato-de-juan-manuel-ramirez-sisifo.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario