domingo, 10 de junio de 2018

Mario Levrero ( Extracto de la novela El lugar )






"Al despertar comprobé el mismo desorden en el resto de la casa. En alguna parte habría un caño roto, y el agua había humedecido las paredes y el piso de la cocina. Las marcas en las paredes indicaban que en algún momento la inundación había sido considerable. También había revoque caído en varios sitios, y se veía el ladrillo. De un canasto que estaba en el suelo, nacían varias guías verdes, probablemente boniatos que habían crecido con el agua; la enredadera trepaba por las patas de la mesa y de dos sillas. En la cocina tampoco había agua, ni funcionaba la electricidad en toda la casa. Volví a la pieza del frente, sin haber podido lavarme la cara. Tenía los ojos irritados, y un cansancio general muy grande. A pesar de todo me senté al escritorio, a continuar mis apuntes, y de pronto, al escribir, pensé que no podía ser casual que en aquel lugar siempre hubiera tenido a mano papel y lápiz; que al hacer apuntes quizá estaba cumpliendo sin saberlo con la voluntad de quienes me habían llevado allí. Pero no tienen sentido, ya, estas cavilaciones. Nunca lo tuvieron. En este momento me detengo. El cansancio que me abruma es más que físico; viene, tal vez, de muy lejos. Quiero pensar un instante en mi futuro, pero mi mano no deja de escribir. Quiero preguntarme por qué no me atrevo a llamar a Ana por teléfono, o a mis amigos. Por qué no me entusiasma la idea de volver a mi trabajo, a mis cosas cotidianas. Por qué esta ciudad, ahora que comienza nuevamente a anochecer, me resulta extraña y hostil. Mi memoria se obstina en volver una y otra vez a la aventura vivida en el lugar aquel. Los túneles no explorados, las puertas no abiertas, el idioma no aprendido, los hombres con quienes no llegué a hacer amistad, las mujeres a quienes no llegué a amar ni conocer. Recuerdo a Mabel, y pienso que quizá realmente estuviera esperando un barco en aquella playa. Recuerdo a mi predecesor agonizante junto a sus lentes rotos, y mi impotencia. Pienso que por miedo pude haber matado al Francés de un balazo. Y que quizá Alicia realmente me amaba, y yo no llegué a verla. Y que por algún motivo el niño rubio alzaba a menudo sus brazos hacia mí. Ahora que la ciudad, mi ciudad, me resulta ajena y aun repulsiva, pienso que estoy repitiéndome en mi actitud de aquel otro lugar. Que no lograré aproximarme realmente a ninguno de mis amigos, ni a Ana, ni a ninguna otra mujer; que sólo los utilizaba para olvidar la soledad, para evadirme de este, ser que me habita, que me odia, que me obliga a actuar en contra de mí mismo. Sí, ahora veo que siempre me moví entre extraños, sin amarlos; y que yo mismo soy un extraño para mí. Tan ajeno como esta ciudad, como esta casa, como aquella otra ciudad y sus selvas y túneles. El extraño soy yo. Mis manos siguen escribiendo y voy leyendo lo que escriben con rara fascinación. De pronto las veo como seres independientes, y siento un nudo en la garganta y ganas de dar un alarido. La calle está raramente silenciosa. Apenas pasa algún coche de tanto en tanto. A lo lejos, algún disparo de arma de fuego, o un entrecortado tableteo de ametralladora. No tengo sueño. Tengo sed. Tengo hambre. No tengo sueño pero quiero dormir. Quisiera dormir sin soñar, dormir mucho tiempo sin imágenes, liberar mi mente de todo pensamiento y mi cuerpo de toda sensación. Los interrogantes se siguen sucediendo, mis manos siguen escribiendo, pero no surge ninguna respuesta."


jueves, 31 de mayo de 2018

Paul Auster (1947 Newark, Nueva Jersey )





Noches blancas

Nadie aquí,
y el cuerpo dice: cuanto se diga
no debe ser dicho. Pero nadie
es un cuerpo igualmente, y lo que el cuerpo dice
nadie lo oye
sino tú.
Nevada y noche. La repetición
de un asesinato
entre los árboles. La pluma
se mueve por la tierra: ya no sabe
qué va a ocurrir, y la mano que la sostiene
ha desaparecido.
Escribe, sin embargo.
Escribe: en el principio,
entre los árboles, un cuerpo vino caminando
desde la noche. Escribe:
la blancura del cuerpo
es del color de la tierra. Es tierra,
y la tierra escribe: todo
es del color del silencio.

Ya no estoy aquí. Nunca he dicho
lo que tú dices
que he dicho. Y, sin embargo, el cuerpo es un lugar
donde nada muere. Y cada noche,
desde el silencio de los árboles, sabes
que mi voz
viene caminando hacia ti.

White nights

No one here,
and the body says: whatever is said
is not to be said.  But no one
is a body as well, and what the body says
is heard by no one
but you.

Snowfall and night. The repetition
of a murder
among the trees. The pen
moves across the earth: it no longer knows
what will happen, and the hand that holds it
has disappeared.

Nevertheless, it writes.
It writes: in the beginning,
among the trees, a body came walking
from the night.  It writes:
the body's whiteness
is the color of earth.  It is earth,
and the earth writes: everything
is the color of silence.

I am no longer here. I have never said
what you say
I have said. And yet, the body is a place
where nothing dies. And each night,
from the silence of the trees, you know
that my voice
comes walking toward you.


De sombra a sombra

Contra la fachada del atardecer:
sombras, fuego y silencio.
Ni siquiera silencio, sino su fuego,
la sombra
que arroja un respirar.

Para entrar en el silencio de este muro
debo dejarme atrás a mi mismo.

Shadow to Shadow

Against the facade of evening:
shadows, fire, and silence.
Not even silence, but its fire-
the shadow
cast by a breath.

To enter the silence of this wall,
I must leave myself behind.

traducido por  Jordi Doce

Poesia Completa Seix Barral

viernes, 13 de abril de 2018

Héctor Miguel Ángeli ( 1930, 2018 Buenos Aires)

 

 

 

A un pájaro muy lejano

Pájaro que estás en el cielo
y a las nubes pides gozo,
te llevas la espuma de los días
hasta un mar invisible
Sabes mucho del secreto pasado
y de este presente con poquísimo futuro.
Desde las alturas
me acompañas a bajar.
Oyes la melodía del cansancio.
Debo ya entregarme.
Es la hora en que el mar invisible
golpea la puerta de mi casa.
Pájaro que a las nubes pides gozo,
así como estás, contento de pasear
y así como estoy, excedido de mundo,
Te invito a morir.


Con los pies nos vamos

No quiero que me levanten los pies para morirme.
Que me alcen las manos, eso sí,
hasta la desembocadura de los astros.
Pero no quiero que me levanten los pies para morirme.
Con las manos hacemos la ternura y la nostalgia,
Con los pies nos vamos.
Y cuando me vaya,
quiero ser toda mi despedida.
Porque estoy traspasado de materia,
de materia inflamable y aleatoria
que no me deja en paz, que me persigue
y que no quiero olvidar cuando me vaya.
Las cosas están altas y en la altura se arrastran.
Todas las cosas son, se me parecen:
el sueño intestinal del ave,
la orquídea en el vientre de los muertos.
Debo irme con ellas,
transportadas por esta permanencia.
Tan grande es el dolor de nuestra marcha,
tan grande y tan amigo,
que no quiero que me levanten los pies para morirme.
Quiero ser todo el que fui cuando me vaya.
(De Los techos)


Sentado a la mesa del lobo

Sentado a la mesa del lobo
no hay fruto que me arroje al destierro.
El lobo es un prócer especial.
Cada uno de sus gestos
me abre la puerta del bosque.
Y me daría también la llave
si yo se la pidiese.
No es necesario ser bueno o ser malo
para sentarse a la mesa del lobo.
Sólo se requiere
saludar como todos los días
a nuestros propios asesinos.
Y tal vez algo más:
cavar un pozo en las colinas
para esconder nuestros amores.
Sentado a la mesa del lobo
a veces sueño que he dormido,
pero a veces me consume la dicha
de haber sido una pasión.

domingo, 8 de abril de 2018

Samanta Schweblin reportaje en el diario La Nacion de Fabiana Scherer


"A los 12 años, se peleó con el lenguaje y dejó de hablar. "Sentía que era imposible decir exactamente lo que quería o pensaba, creía que gran parte de mi nula popularidad en el colegio se debía a que yo no podía explicarme. Estaba furiosa conmigo misma. Y en cierto punto, creo que sigo estándolo -confiesa-. Creo que me dediqué a la literatura porque era una guerra demasiado importante para mí, la única manera de llegar realmente algún día a hacerme entender, y todavía estoy en plena lucha."
¿Qué necesitás para escribir?
Una historia que me atraiga muchísimo, pero que no pueda terminar de entender. Mucho tiempo libre. El pelo atado y silencio.Lo que duele, sobre eso escribe Samanta "sobre lo que no puedo entender -reflexiona-, sobre espacios o sentimientos en los que necesito probarme. Así que pueden encontrarse todo tipo de miedos y angustias. Siempre rondan cuestiones de aislamiento, de relaciones humanas, de miedos sobre la pérdida y la muerte, de relaciones familiares y de violencia."
Tus historias suelen explorar lo siniestro y suelen tener como punto de partida lo ominoso de las relaciones familiares responsables de la formación y la deformación.
Creo que todos los problemas con los que lidiamos como personas, como naciones, como humanidad, nacen o se curan en el entorno familiar. Por supuesto que son problemas sociales, económicos, de educación, pero la familia es la que más poder de acción tiene sobre una persona, al menos en su primer tercio de vida. Forma y deforma. Creo que tendríamos que prestar menos atención a cómo se compone una familia, y más atención al poder que cualquier unión, como familia, puede tener sobre un nuevo ser humano. Supongo que pienso mucho alrededor de estos temas, y eso hace que mucho de lo escribo, aunque no trate directamente sobre estas cosas, termine estando de trasfondo.
"Lola sospechaba que su vida había sido demasiado larga, tan simple y liviana que ahora carecía del peso suficiente para desaparecer [.] Quería morirse, pero todas las mañanas, inevitablemente, volvía a despertarse [.]. La lista la ayudaba a lidiar con su cabeza, pero para el estado deplorable de su cuerpo no había encontrado ninguna solución." En La respiración cavernaria, del libro Siete casas vacías, la autora explora sobre uno de sus mayores temores: el Alzheimer.
"Hace varias generaciones que las mujeres de mi familia mueren con Alzheimer. Todas las muertes implican una pérdida progresiva de las distintas partes del cuerpo. Pero cuando lo primero que se pierde es la memoria, se pierde en realidad todo: la vida, los recuerdos, los afectos; lo único que queda es el cuerpo y su dolor. Y la angustia de la muerte, que es una muerte rodeada de desconocidos, todo es amenazante y desconcertante, incluso la persona que te mira del otro lado del espejo. Es una muerte a la que siempre le tuve muchísimo miedo. Evidentemente nos sigue costando mucho aceptar que, en algún punto de nuestras vidas, vamos a morirnos. Si no, ¿cómo puede ser que el mundo haya dado pasos tan grandes a nivel moral y tecnológico en tantas direcciones, menos en la de la muerte? "
En más de una oportunidad señalaste, sobre todo por uno de tus cuentos [Un hombre sin suerte, cuento con el que ganó el Premio Juan Rulfo], que la perversión no está en el relato sino en la cabeza del lector. ¿Cómo desafías y trabajas esos límites de perversión?
Bueno, también hay perversión y prejuicio en mi propia cabeza, sino no sería capaz de escribir estos relatos. Es algo con lo que todos cargamos. Reconocer lo perverso implica la oscuridad de conocerlo.
Ahora estás escribiendo otra novela. En una oportunidad comentaste queDistancia de rescate se transformó en una novela, porque primero fue un cuento imposible. ¿Está nueva historia fue un cuento imposible?
Bueno, en eso no hice grandes avances, esta nueva novela también tuvo algo de cuento imposible. Pero es una historia muy diferente de Distancia de rescate. Distinta en su tema, en su tono, en su extensión, en el tipo de personajes. Es un mundo completamente nuevo para mí. En Distancia de rescate sentía que, aunque con una extensión más larga, seguía moviéndome en un universo conocido y en una forma similar a la del cuento. En esta nueva historia que estoy escribiendo me siento en un terreno nuevo, quizá también porque tiene muchos personajes llevando adelante el relato, algo que siempre manejé con mucha austeridad en mis otras historias. Pero estoy muy contenta con cómo va marchando todo. Ahora estoy trabajando en los últimos capítulos, pero falta mucho todavía, mucha revisión, y reescritura y relecturas.
¿Escribís ya con la idea de lo que querés contar o te dejás llevar por lo que aparece frente a la página en blanco?
Necesito saber a dónde voy, porque me gusta ser concreta y directa. Pero si sé demasiado, me aburro, atravesar la historia pierde sentido. Así que necesito cierto balance entre esos dos extremos. Pero no me gusta atarme a las ideas. Si no funcionan, las aparto y paso a otra cosa, o regreso a ellas pero desde un lugar completamente diferente. Sobre la pared frente a la que escribo tengo colgada una frase de Daniel Clowes que ya me salvó más de una vez: "Hay que aprender a tirar a la basura una historia, y volver a usarla en la siguiente sólo como influencia".
¿Cuándo sabés qué es la historia que querés contar?
Cuando se acerca a algo que todavía no entiendo del todo y, sin embargo, me conmueve.
¿Sos de corregir mucho? ¿Releés en la computadora o necesitás del papel?
Corrijo mucho durante la propia escritura, voy y vengo una y otra vez sobre un mismo párrafo. Cuando el texto empieza a cerrarse corrijo en la computadora, y ya hacia el final intento tomar distancia de él. Esto puede ser imprimirlo, leerlo en el kindle, leerlo en voz alta, cualquier cosa que me ayude a verlo de otra manera.
¿Cómo recibís la mirada del otro? ¿Puede llegar a frustrarte?
Me frustra justamente que ese recorrido por mi texto no funcione como yo quisiera, pero eso es casi siempre culpa del texto, no del lector: es una frustración que tiene que llevar otra vez a la escritura, es parte del proceso.
¿Cuándo sentís que una obra está terminada?
Siempre hay cansancio y hartazgo, porque uno trabaja, y reescribe, y corrige, y saca, y la relación que uno tiene con el material va gastándose, va perdiendo algo de la intensidad emocional que tenía en su primer borrador. Pero ese trabajo, si va por buen camino, debería también delinear la historia con mucha más precisión, afilarla, llevarla hacia una zona todavía más interesante. Si después de todo ese trabajo, leo el texto y vuelve a provocarme esa emoción fuerte que en un principio impulsó su escritura, entonces confío otra vez en él. Es un texto que puedo publicar. Tener el libro en la calle me desembaraza al fin de esa obsesión, ya es un problema sin solución, y puedo pasar a otra cosa.
Extractos del reportaje
 https://www.lanacion.com.ar/1989497-samanta-schweblin-escribo-sobre-lo-que-me-duele