"A los 12 años, se peleó con el lenguaje y dejó de hablar. "Sentía
que era imposible decir exactamente lo que quería o pensaba, creía que gran
parte de mi nula popularidad en el colegio se debía a que yo no podía
explicarme. Estaba furiosa conmigo misma. Y en cierto punto, creo que sigo
estándolo -confiesa-. Creo que me dediqué a la literatura porque era una guerra
demasiado importante para mí, la única manera de llegar realmente algún día a
hacerme entender, y todavía estoy en plena lucha."
¿Qué necesitás para escribir?
Una historia que me atraiga muchísimo, pero que no pueda terminar de
entender. Mucho tiempo libre. El pelo atado y silencio.Lo que duele, sobre eso
escribe Samanta "sobre lo que no puedo entender -reflexiona-, sobre
espacios o sentimientos en los que necesito probarme. Así que pueden
encontrarse todo tipo de miedos y angustias. Siempre rondan cuestiones de
aislamiento, de relaciones humanas, de miedos sobre la pérdida y la muerte, de
relaciones familiares y de violencia."
Tus historias suelen explorar lo siniestro y suelen
tener como punto de partida lo ominoso de las relaciones familiares
responsables de la formación y la deformación.
Creo que todos los problemas con los que lidiamos como personas, como
naciones, como humanidad, nacen o se curan en el entorno familiar. Por supuesto
que son problemas sociales, económicos, de educación, pero la familia es la que
más poder de acción tiene sobre una persona, al menos en su primer tercio de
vida. Forma y deforma. Creo que tendríamos que prestar menos atención a cómo se
compone una familia, y más atención al poder que cualquier unión, como familia,
puede tener sobre un nuevo ser humano. Supongo que pienso mucho alrededor de
estos temas, y eso hace que mucho de lo escribo, aunque no trate directamente
sobre estas cosas, termine estando de trasfondo.
"Lola sospechaba que su vida había sido demasiado larga, tan
simple y liviana que ahora carecía del peso suficiente para desaparecer [.]
Quería morirse, pero todas las mañanas, inevitablemente, volvía a despertarse
[.]. La lista la ayudaba a lidiar con su cabeza, pero para el estado deplorable
de su cuerpo no había encontrado ninguna solución." En La respiración cavernaria, del libro Siete casas vacías, la autora explora
sobre uno de sus mayores temores: el Alzheimer.
"Hace varias generaciones que las mujeres de mi familia mueren con
Alzheimer. Todas las muertes implican una pérdida progresiva de las distintas
partes del cuerpo. Pero cuando lo primero que se pierde es la memoria, se
pierde en realidad todo: la vida, los recuerdos, los afectos; lo único que
queda es el cuerpo y su dolor. Y la angustia de la muerte, que es una muerte
rodeada de desconocidos, todo es amenazante y desconcertante, incluso la
persona que te mira del otro lado del espejo. Es una muerte a la que siempre le
tuve muchísimo miedo. Evidentemente nos sigue costando mucho aceptar que, en
algún punto de nuestras vidas, vamos a morirnos. Si no, ¿cómo puede ser que el
mundo haya dado pasos tan grandes a nivel moral y tecnológico en tantas
direcciones, menos en la de la muerte? "
En más de una oportunidad señalaste, sobre todo por
uno de tus cuentos [Un hombre sin suerte, cuento con el que ganó el
Premio Juan Rulfo], que la perversión no está en el relato sino en la cabeza
del lector. ¿Cómo desafías y trabajas esos límites de perversión?
Bueno, también hay perversión y prejuicio en mi propia cabeza, sino no
sería capaz de escribir estos relatos. Es algo con lo que todos cargamos.
Reconocer lo perverso implica la oscuridad de conocerlo.
Ahora estás escribiendo otra novela. En una
oportunidad comentaste queDistancia de rescate se transformó en una
novela, porque primero fue un cuento imposible. ¿Está nueva historia fue un
cuento imposible?
Bueno, en eso no hice grandes avances, esta nueva novela también tuvo
algo de cuento imposible. Pero es una historia muy diferente de Distancia
de rescate. Distinta en su tema, en su tono, en su extensión, en el tipo de
personajes. Es un mundo completamente nuevo para mí. En Distancia de
rescate sentía que, aunque con una extensión más larga, seguía
moviéndome en un universo conocido y en una forma similar a la del cuento. En
esta nueva historia que estoy escribiendo me siento en un terreno nuevo, quizá
también porque tiene muchos personajes llevando adelante el relato, algo que
siempre manejé con mucha austeridad en mis otras historias. Pero estoy muy
contenta con cómo va marchando todo. Ahora estoy trabajando en los últimos
capítulos, pero falta mucho todavía, mucha revisión, y reescritura y
relecturas.
¿Escribís ya con la idea de lo que querés contar o
te dejás llevar por lo que aparece frente a la página en blanco?
Necesito saber a dónde voy, porque me gusta ser concreta y directa. Pero
si sé demasiado, me aburro, atravesar la historia pierde sentido. Así que
necesito cierto balance entre esos dos extremos. Pero no me gusta atarme a las
ideas. Si no funcionan, las aparto y paso a otra cosa, o regreso a ellas pero
desde un lugar completamente diferente. Sobre la pared frente a la que escribo
tengo colgada una frase de Daniel Clowes que ya me salvó más de una vez:
"Hay que aprender a tirar a la basura una historia, y volver a usarla en
la siguiente sólo como influencia".
¿Cuándo sabés qué es la historia que querés contar?
Cuando se acerca a algo que todavía no entiendo del todo y, sin embargo,
me conmueve.
¿Sos de corregir mucho? ¿Releés en la computadora o
necesitás del papel?
Corrijo mucho durante la propia escritura, voy y vengo una y otra vez
sobre un mismo párrafo. Cuando el texto empieza a cerrarse corrijo en la computadora,
y ya hacia el final intento tomar distancia de él. Esto puede ser imprimirlo,
leerlo en el kindle, leerlo en voz alta, cualquier cosa que me ayude a verlo de
otra manera.
¿Cómo recibís la mirada del otro? ¿Puede llegar a
frustrarte?
Me frustra justamente que ese recorrido por mi texto no funcione como yo
quisiera, pero eso es casi siempre culpa del texto, no del lector: es una
frustración que tiene que llevar otra vez a la escritura, es parte del proceso.
¿Cuándo sentís que una obra está terminada?
Siempre hay cansancio y hartazgo, porque uno trabaja, y reescribe, y
corrige, y saca, y la relación que uno tiene con el material va gastándose, va
perdiendo algo de la intensidad emocional que tenía en su primer borrador. Pero
ese trabajo, si va por buen camino, debería también delinear la historia con
mucha más precisión, afilarla, llevarla hacia una zona todavía más interesante.
Si después de todo ese trabajo, leo el texto y vuelve a provocarme esa emoción
fuerte que en un principio impulsó su escritura, entonces confío otra vez en
él. Es un texto que puedo publicar. Tener el libro en la calle me desembaraza
al fin de esa obsesión, ya es un problema sin solución, y puedo pasar a otra
cosa.
https://www.lanacion.com.ar/1989497-samanta-schweblin-escribo-sobre-lo-que-me-duele
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