sábado, 1 de noviembre de 2025

"El vecino palestino " de Eliah Germani

 

 


El rabino estuvo de acuerdo en cambiar la mezuzá Goldberg se había decidido a vivir con Daniela, en el departamento de ella, el mismo que ocupaba con su exmarido, y si bien no se trataba exactamente de una mudanza, la necesaria renovación de la vivienda tenía que incluir la mezuzá. Para Goldberg no podía ser kosher la mezuzá de su predecesor, así que cambiarla era un acto ineludible de purificación. Deseando marcar la diferencia, adquirió una más ornamentada, que se notara más, y quiso fijarla a la manera sefardí, en posición vertical, y no inclinada hacia adentro como la anterior. Durante la ceremonia familiar de instalación, se reunieron en el pasillo no muy amplio del cuarto piso, Daniela, Goldberg y sus cuatro hijos, encabezados por el rabino, los hombres provistos de kipá, en una ceremonia inequívocamente judía. En el preciso momento en que el rabino explicaba la mezuzá, como escudo espiritual de la casa y de sus moradores, apareció el vecino de enfrente, desde el ascensor contiguo, Fady Samur, un árabe joven, de origen palestino. Les saludó de lejos, entre sorprendido y curioso, con un ademán no desprovisto de amabilidad. Dirigió una sonrisa cómplice a Daniela y continuó el breve trayecto hasta su puerta, sin poner atención a las palabras del rabino.

            Antes de vivir con Daniela, Goldberg ya cumplía un par de años como soltero de segunda mano. Su matrimonio había sido complicado, pero le parecía aún más tóxica la experiencia conyugal de Daniela. Su primera mujer era decoradora de interiores y, debido a su trabajo, tenía un buen conocimiento del Feng Shui, cuyos preceptos practicaba antes que nada en casa, y de manera bastante ortodoxa, lo cual a Goldberg no pocas veces le fastidiaba. Pero ahora, con el tiempo y la distancia, se daba cuenta de cómo lo había permeado esa filosofía, al punto de encontrarla bastante razonable, escuchando incluso la voz de su exesposa cada vez que visitaba una nueva casa. Desde el primer día sintió que el departamento de Daniela era un terreno contaminado, invadido por una mala vibra que era necesario expurgar. Cuando por fin decidieron mudarse juntos, ambos estuvieron de acuerdo en llevar a cabo una renovación radical.

Un encuentro casual con Fady Samur en el ascensor permitió a Daniela presentarse a los dos hombres. Así que eres palestino, dijo Goldberg. No sé si Dios o el diablo nos junta: yo soy judío. Bueno, por suerte somos humanos, ironizó Samur, además de chilenos, pero lo que más importa, somos vecinos, lo digo porque no hubo buena onda con el fulano anterior. ¿Y por qué crees que estamos limpiando el departamento?, dijo Goldberg. Hacemos una limpieza energética. Energías limpias, como diría un ingeniero. Ya pintamos las paredes y renovamos los muebles. Entre paréntesis, nos disculpamos por el ruido. No hay problema, dijo Samur, Daniela ya me lo había advertido, y también me habló de ti, creo que eres una buena elección para ella, de seguro mejor que el otro tipo, intuyo que seremos buenos vecinos.




Cuando Goldberg llegaba a casa, tocaba la mezuzá y se besaba la mano susurrando: “Dios me acompaña en mi entrada y en mi salida”.  Pasado el umbral, lo acogía el recibidor, luminoso antesala del living, donde la suave curva de los muebles lo invitaba al descanso ya la meditación. Las paredes, vestidas de colores claros, tamizaban armoniosas la luz de los ventanales, como un manto protector contra el ruido y la disarmonía exterior. El verde ficus del rincón, que habían plantado con Daniela, replicaba vigoroso la sana energía que ambos cultivaban. Juntos barrieron el jametz de la vida pasada, eliminaron las alfombras y rasparon las malas huellas del piso, pintaron de nuevo cada habitación, adquirieron muebles de madera clara y dieron otra luz a la cocina. Daniela renovó todas sus cosas, desde la ropa íntima hasta el colchón matrimonial, cambió la cama, las toallas y las cortinas. Goldberg, en la pared donde antes colgaba la Ketubá, dispuso un cuadrito prolijamente decorado, con la palabra hebrea “Anajnu”, que significa “Nosotros”, obra de su propia mano.

Un día por la tarde, al regresar, Goldberg pisó algo raro al salir del ascensor. Se detuvo para ver de qué se trataba y descubrió los restos pisoteados de la mezuzá. Supo enseguida que había sido vandalizada. El marco donde estaba atornillada se veía roto y astillado, delatando la violencia de la profanación. Un escalofrío de mil años lo estremeció, la persecución ancestral golpeaba en su remota puerta chilena. Pero ¿quién más sabía de la mezuzá? En un impulso visceral, se pegó al timbre del palestino. Samur apareció extrañado, portaba unos audífonos. A sus espaldas, una muda pantalla exhibía una orquesta sinfónica. Goldberg agarró por el brazo a Samur y lo llevó hasta su puerta violentada, mostrándole acusar el caos de la mezuzá. Samur, incrédulo, se quitó los audífonos. ¡Es horrible!, dijo. Goldberg le espetó que un ataque de ese tipo no era otra cosa que antisemitismo. ¿No pensarás que tengo algo que ver en esto?, protestó Samur. ¿Por qué habrías de romper tu símbolo judío? Debes saber que soy astrónomo y como tal, incluso bromeaba con tu puerta, imaginaba que habías puesto un timbre al cielo.

Confundido, tratando de disculparse, Goldberg le ofreció un café a Samur, quien accedió aliviado. Comentó que nunca había ocurrido algo así en el edificio, ni siquiera en tiempos del escandaloso vecino anterior, que tenía puros enemigos. A Goldberg le agradó el comentario sobre su antecesor, sintió que le daba un respiro. Samur observó a su alrededor complacido, han hecho una buena renovación, dijo, se ve muy acogedor, se respira un aire diferente. Goldberg ignoraba que Samur conocía de antes el departamento y se sentía como un advenedizo Este atentado es puro antisemitismo, dijo Samur, quien hace algo así, no lo hace por amor a los palestinos, lo hace por odio a Israel, por odio a los judíos, aquí en Chile, a 13.000 kilómetros de distancia, es una pura estupidez, algo que no ayuda a nadie, que solo extiende el conflicto. Como astronomo, toda la vida me ha conmovido la infinitud del Universo y, sencillamente, no puedo entender que en este planeta mínimo nos malgastemos la vida destruyéndonos. ¿Sabes qué es lo opuesto al odio? Es precisamente aquella dimensión donde tendríamos que movernos. No apagaremos el fuego con más fuego, no tendremos resultados distintos si repetimos siempre lo mismo.

A la llegada de Daniela, Samur ya se había ido. Durante la cena, más que la conmoción de Goldberg, la abrumó el malentendido con el vecino. La avergonzaba la hostilidad de su exmarido contra “el turco”, y ahora Goldberg, con su metida de pata, repetía de nuevo la injusticia. Quiso hacerle saber cosas que él ignoraba: Fady Samur fue su ángel guardián en los malos tiempos, él llamó a los carabineros cuando su marido la golpeaba, él le dio refugio en ese período crítico, él le dio fuerzas para salir adelante. ¿Y entonces, por qué no siguieron juntos?, inquirió celoso Goldberg. Cómo se te ocurre, dijo Daniela, yo no podía más, solo quería desaparecer, estaba fundida. Pero en circunstancias normales, insistió Goldberg, ¿no habría sido distinto? Te equivocas, ¿no sabes acaso que Fady es gay? No se le nota, dijo Goldberg. Incluso lo encuentro parecido a tu hermano. Sí, en verdad se parecen, dijo Daniela. Es el parentesco semita, ironizó Goldberg, se nota que somos primos. ¿Y si no fueras gay te habrías enamorado de él? Daniela respondió con un gesto de impaciencia. Pero Goldberg no se rindió. ¿Te resultaba complicado que él no fuera judío? Nunca lo pensé y jamás me importaría, respondió desafiante Daniela. Y por mi parte, deberías entender que no te da ventaja ser judío si te comportas como un niño.

Después de un largo baño caliente, Daniela se durmió rendida, de espaldas a Goldberg. A él le costó conciliar el sueño. Con la luz apagada, se quedó leyendo en su celular: Rabbi Kliger menciona tres categorías generales: tesis, antítesis y síntesis. Las dos primeras son limitadas por definición, ya que los opuestos se niegan mutuamente, pero el tercer camino, el intermedio, es infinito, pues incluye ambos opuestos y no está limitado por ninguno de ellos

Cuando por fin se quedó dormido, Goldberg soñó con Fady Samur. Soñó que viajaban juntos por el mundo, dos emisarios, un palestino y un judío, ambos profetas de las energías limpias. Ellos sí hacían las cosas de manera diferente. Eran los magos de la buena vibra.

 fuente : https://jewishlatinamerica.com/2025/10/15/eliah-germani-medico-y-cuentista-judio-chileno-chilean-jewish-physician-el-vecino-palestino-the-palestinian-neighbor-un-cuento-a-shortstory/