La Piedad 1424
De verdad me alegré cuando encontré esta casa
que debe ser tan vieja como yo. Me atraía
el nombre de la calle, me incitaba
a indultar el pasado, a olvidar la crueldad.
Y me acogí con gusto al sobrio amparo
de estos desnudos muros campesinos.
Qué inspirado su nombre, a contramano
de todo lo que corre hacia la nada;
un nombre de otro tiempo, de otro mundo.
Esta casa me ha dado los poemas
de todo el libro; y, con su reciedumbre,
desenterró la infancia sepultada.
En Almuerzo en Traslasierra
Ediciones En Danza, Buenos Aires, 2021.
El mar
¿Qué es lo real, la furia o la
ternura?…
No hay presencia ni ausencia en
esta hora,
somos fantasmas. Cambia,
desfigura
nuestra leyenda, el mar. O nos
ignora,
como antes de la dicha. No
murmura
el mar, no gime el mar, no clama
ahora.
Vuelto resentimiento es una
oscura
forma de desamor. Y mi demora
al borde de esa nada, de la playa
en donde moribunda la ola ensaya
un torpe simulacro de poesía,
se parece a esta página. Vacía,
sin vida. El mar, el mar ya no
presagia.
Irse, extinguirse, ésa es su
última magia.
Mi sombra
Me aflige haber mirado hacia el
desierto
cuando en el horizonte la ola
virgen
fulguraba de azul.
Me aflige haberme vuelto hacia mi
espalda
cuando tu pecho joven
se abrazaba a mi pecho sin
pudor.
No era yo, fue mi sombra
la que torció la vista hacia la
nada.
Gocé del mar, gocé tu cuerpo
entonces.
Sacié mi sed de vida para
siempre.
Y sin embargo, ahora,
mi sombra me persigue.
Va deambulando sola
por la casa vacía, por la mente
convulsa,
sola con sus fantasmas.
En el jardín
No se mueve una hoja en el
jardín.
Un huracán de angustia
se adueña del vacío
que deja la promesa de la
vida.
No se mueve una hoja en el
jardín.
Un silencio de eternidad derruida
—como el amigo que no tengo—
me acompaña mientras camino
solo.
El descenso
Entonces descendí a mi propio
infierno
por tu amor; escuchándote,
oyéndome, intentando
que tuviese sentido la
palabra.
En lo insondable de mi vieja
herida,
enmudecí; vi cómo se apagaba
en un silencio amorfo y
nauseabundo
el resplandor dorado del
verano,
nuestro verano, tras el cual
nacía
—sin derroche ni asombro—
oscuramente, otoño:
la exigua aurora de la media
muerte.
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