Un hombre envejece
Un hombre envejece, entre miradas y conversaciones,
entre pepinos y hojas de té,
como humo subiendo, como agua bajando. La oscuridad se
acerca.
En la oscuridad, el pelo se pone blanco, los dientes caen.
Como una anécdota de los viejos tiempos,
como un papel de reparto en una ópera, un hombre
envejece.
El telón del otoño cae pesadamente.
El rocío está frío. La música obstinada continúa.
Vio un ganso rezagado de su grupo, un fuego extinguirse;
hombres mediocres, mecanismos detenidos, un retrato
incompleto.
Cuando los amantes jóvenes toman distancia,
un hombre envejece, los pájaros desvían la mirada.
Tiene experiencia como para distinguir el bien y el mal,
pero las chances se escurren como arena
y las puertas se cierran.
Un hombre joven vive en su interior.
Cuando habla, alguien habla a través de él.
Los extraños son balsas a las que aferrarse.
Algunos construyen casas, otros bordan, otros apuestan.
El gran viento de la vida barre el espíritu del mundo,
sólo los viejos pueden ver la devastación en esto.
Un hombre envejece, deambula sin pausa
por la avenida de otros tiempos, de golpe se detiene,
caen hojas de un árbol, pronto van a cubrirlo.
Aún más sonidos se meten a presión en su oído,
así como su cuerpo entrará en una caja.
Es el final de una serie de juegos:
disimular el triunfo, disimular la derrota.
En el techo de una casa, en el agujero de un árbol
ya escondió mensajes de amor y de pena.
Si quiere cosechar, ya es demasiado tarde,
si quiere escapar, ya es demasiado tarde.
Un hombre envejece, vuelve a la infancia,
después igual que un animal se muere. Su esqueleto
ya es bastante duro, puede soportar la historia,
dejemos que otros graben en su tumba
palabras que no le pertenecen.
Traducción de Miguel Ángel Petrecca
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