jueves, 7 de julio de 2022

"El tío en su nube" de Eduardo Francisco Coiro ( 1958 en Lomas de Zamora)

 

 


Una nube de polvillo expandiéndose por el aire de la habitación. Esa era la imagen más antigua que el hombre -en aquel entonces un niño- retenía de su tío Nicolás. 

El tío había salido de darse una ducha. Había colocado una toalla sobre la cama y se había sentado a llenar de talco sus genitales. Sacudía aquel envase cilíndrico con una energía demencial dejando al aire una nube de polvo que no deja de expandirse en el recuerdo. 

La pensión donde se hospedaba se llamaba «La Esperanza». El tío estrenaba a los 40 años una nueva soltería. Era un hombre joven. Faltaba mucho para que en su humilde casa con la única compañía de un canario amarillo que se prodigaba en trinos, repitiera una y otra vez como una gracia que niega la pena:  

“tengo dos pajaritos. Uno canta y el otro está triste” 

Pero aquella noche iba al club Sportivo Alsina, donde actuaban Sandro y Los de Fuego. No le interesaba la música ni quien estuviera en el escenario, iba porque las mujeres de Lanús “son mucho más que un fuego”. Y luego esa imagen que se niega al olvido: el tío que no paró de reír con ese estruendo tan suyo para festejarse sus chistes sin esperar una risa ajena, sino más bien contagiándola. 

Años después su tío repetirá una y otra vez la historia de cómo llegó a esa pensión sólo con lo puesto: Al volver de su trabajo en la fábrica encontró a su primera mujer en la cama con un tipo “entrando y saliendo… entrando y saliendo”. No lo vieron, volvió sigiloso sobre sus pasos llevándose el juego de llaves que ella había dejado sobre el bargueño. Entonces dio dos vueltas de llave a la puerta de calle para que se queden allí encerrados para siempre o tengan que saltar el tapial del fondo y salir de manera indecorosa por la casa del vecino. 

El tío tenía esa especie de desapego, no le importo nada de lo que había en su casa, si su mujer no sería más su mujer no quiso llevarse ni un par de medias. 

A lo largo de los años esa imagen iba a permanecer como un interrogante a descifrar. Un tío despreocupado y alegre, llenando de talco sus testículos para salir a buscar una nueva mujer a pocos días de haber perdido hasta sus ropas. 

Como lo demostró obstinadamente una y otra vez en su larga vida, no quería estar solo. Su tío necesitaba una mujer o la ilusión de una mujer para vivir. 

 


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