Contribuciones del autor

Libros y poemas del autor

sábado, 24 de febrero de 2018

Sylvia Plath ( Boston, 1932 - Londres, 1963)






Espejo


Soy plateado y exacto. No tengo prejuicios.
Todo lo que que veo lo trago de inmediato
Tal como es, sin que me empañen ni el amor ni el disgusto.
No soy cruel, soy sincero,
El ojo de un pequeño dios de cuatro ángulos.
La mayor parte del tiempo la paso meditando acerca de la pared de enfrente.
Es rosada, con manchas. Tanto la miré que
Me parece que ya forma parte de mi corazón. Aunque con intermitencias.
Las caras y la oscuridad nos separan una y otra vez.

Ahora soy un lago. Una mujer se inclina sobre mi,
Buscando en mi extensión su verdadero ser.
Después se vuelve hacia esas mentirosas, las velas o la luna.
Veo su espalda y la reflejo fielmente.
Ella me recompensa con lágrimas y agitando las manos.
Soy importante para ella. Ella viene y va.
Es su cara, cada mañana, la que reemplaza la oscuridad.
En mi, ella ahogó a una muchacha, y en mí, una vieja
Se alza hacia ella día tras día, como un pez terrible.

Version de Isaias Garde

 


 Mirror

I am silver and exact. I have no preconceptions.

Whatever I see I swallow immediately
Just as it is, unmisted by love or dislike.
I am not cruel, only truthful '
The eye of a little god, four-cornered.
Most of the time I meditate on the opposite wall.
It is pink, with speckles. I have looked at it so long
I think it is part of my heart. But it flickers.
Faces and darkness separate us over and over.

Now I am a lake. A woman bends over me,

Searching my reaches for what she really is.
Then she turns to those liars, the candles or the moon.
I see her back, and reflect it faithfully.
She rewards me with tears and an agitation of hands.
I am important to her. She comes and goes.
Each morning it is her face that replaces the darkness.
In me she has drowned a young girl, and in me an old woman
Rises toward her day after day, like a terrible fish.


Tulipanes 


Los tulipanes son demasiado entusiastas, acá es invierno.
Vean qué blanco todo, qué tranquilo, qué nevado.
Aprendo a estar en paz, acostada sola, en silencio
como la luz se acuesta en estas paredes blancas, esta cama, estas manos.
No soy nadie. Nada tengo que ver con explosiones.
Les di mi nombre y mi ropa de calle a las enfermeras
y mi historia al anestesista y mi cuerpo a los cirujanos.

Apoyaron mi cabeza entre la almohada y el doblez de la sábana,
como un ojo entre dos párpados blancos que no se quieren cerrar.
Pupila estúpida, tiene que absorberlo todo.
Las enfermeras pasan y pasan, no molestan,
a la manera de las gaviotas que van tierra adentro con sus cofias blancas,
haciendo cosas con las manos, una igual a la otra,
así que es imposible saber cuántas son.

Para ellas mi cuerpo es una piedrita, lo cuidan como el agua
cuida a las piedritas que debe arrollar, alisándolas con suavidad.
Me traen sopor en sus agujas brillantes, me traen el sueño.
Ahora me he perdido, estoy harta de equipaje:
mi valijita de charol, como un pastillero negro,
mi marido y mi hija que sonríen en la foto familiar;
sus sonrisas se clavan en mi piel, pequeños anzuelos sonrientes.

He dejado que se me escapen las cosas, como un carguero de treinta años,
tercamente aferrada a mi nombre y dirección.
Me han limpiado de todas mis referencias más preciadas,
asustada y desnuda en la camilla tapizada de plástico verde
vi cómo mi juego de té, mi armario de ropa blanca, mis libros
desaparecían de mi vista. Y el agua me cubrió la cabeza.
Soy una monja ahora, nunca fui tan pura.

No quería ninguna flor, solo quería
yacer mostrando las palmas de las manos, y estar completamente vacía.
Cuánta libertad, una no tiene idea cuánta.
La tranquilidad es tan grande que encandila.
Y no pide nada, el nombre en una etiqueta, algunas chucherías.
A esa tranquilidad se aferran los muertos, finalmente. Los imagino
cerrando la boca sobre ella, como si fuera una hostia.

En primer lugar, los tulipanes son demasiado rojos, me lastiman.
Incluso a través del papel de regalo podía oírlos respirar
levemente, a través de su envoltorio blanco, como un bebé terrible.
Su rojo le habla a mi herida, se corresponden.
Son sutiles: parecen flotar, aunque me hunden,
alterándome con sus súbitas lenguas y su color,
una docena de pesas rojas que me rodea el cuello.

Nadie me vigilaba, ahora me vigilan.
Los tulipanes se vuelven hacia mí, y la ventana a mis espaldas
donde una vez al día la luz lentamente se ensancha y adelgaza,
y me veo, chata, ridícula, una sombra recortada de papel
entre el ojo del sol y los ojos de los tulipanes,
y no tengo cara, he querido eclipsarme.
Los vívidos tulipanes se devoran mi oxígeno.

Antes de que llegaran el aire estaba suficientemente tranquilo,
yendo y viniendo, con cada respiración, sin ningún alboroto.
Después los tulipanes lo colmaron como un ruido estridente.
Ahora el aire se agita y arremolina alrededor a la manera en que un río
se agita y arremolina alrededor de una máquina hundida enrojecida por el óxido.
Concentran mi atención, que estaba feliz
jugando y descansando sin comprometerme.

También las paredes parecen levantar temperatura.
Los tulipanes deberían estar enjaulados como animales peligrosos,
se abren como la boca de un gran felino africano.
Y soy consciente de mi corazón: abre y cierra
su cuenco de capullos rojos por puro amor a mí.
El agua que pruebo es cálida y salada, como el mar,
y viene de un país tan lejano como la salud.

(Trad. Mirta Rosenberg y Alejandro Crotto)

TULIPS

The tulips are too excitable, it is winter here.
Look how white everything is, how quiet, how snowed-in.   
I am learning peacefulness, lying by myself quietly
As the light lies on these white walls, this bed, these hands.   
I am nobody; I have nothing to do with explosions.   
I have given my name and my day-clothes up to the nurses   
And my history to the anesthetist and my body to surgeons.

They have propped my head between the pillow and the sheet-cuff   
Like an eye between two white lids that will not shut.
Stupid pupil, it has to take everything in.
The nurses pass and pass, they are no trouble,
They pass the way gulls pass inland in their white caps,
Doing things with their hands, one just the same as another,   
So it is impossible to tell how many there are.

My body is a pebble to them, they tend it as water
Tends to the pebbles it must run over, smoothing them gently.
They bring me numbness in their bright needles, they bring me sleep.   
Now I have lost myself I am sick of baggage—
My patent leather overnight case like a black pillbox,   
My husband and child smiling out of the family photo;   
Their smiles catch onto my skin, little smiling hooks.

I have let things slip, a thirty-year-old cargo boat   
stubbornly hanging on to my name and address.
They have swabbed me clear of my loving associations.   
Scared and bare on the green plastic-pillowed trolley   
I watched my teaset, my bureaus of linen, my books   
Sink out of sight, and the water went over my head.   
I am a nun now, I have never been so pure.

I didn’t want any flowers, I only wanted
To lie with my hands turned up and be utterly empty.
How free it is, you have no idea how free—
The peacefulness is so big it dazes you,
And it asks nothing, a name tag, a few trinkets.
It is what the dead close on, finally; I imagine them   
Shutting their mouths on it, like a Communion tablet.   

The tulips are too red in the first place, they hurt me.
Even through the gift paper I could hear them breathe   
Lightly, through their white swaddlings, like an awful baby.   
Their redness talks to my wound, it corresponds.
They are subtle: they seem to float, though they weigh me down,   
Upsetting me with their sudden tongues and their color,   
A dozen red lead sinkers round my neck.

Nobody watched me before, now I am watched.   
The tulips turn to me, and the window behind me
Where once a day the light slowly widens and slowly thins,   
And I see myself, flat, ridiculous, a cut-paper shadow   
Between the eye of the sun and the eyes of the tulips,   
And I have no face, I have wanted to efface myself.   
The vivid tulips eat my oxygen.

Before they came the air was calm enough,
Coming and going, breath by breath, without any fuss.   
Then the tulips filled it up like a loud noise.
Now the air snags and eddies round them the way a river   
Snags and eddies round a sunken rust-red engine.   
They concentrate my attention, that was happy   
Playing and resting without committing itself.

The walls, also, seem to be warming themselves.
The tulips should be behind bars like dangerous animals;   
They are opening like the mouth of some great African cat,   
And I am aware of my heart: it opens and closes
Its bowl of red blooms out of sheer love of me.
The water I taste is warm and salt, like the sea,
And comes from a country far away as health.


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