Contribuciones del autor

Libros y poemas del autor

domingo, 27 de diciembre de 2015

El idioma de los gatos , un cuento de Spencer Holst




Hubo una vez un caballero. Era un científico. Después de su nombre, venían letras. Hablaba cien idiomas, del iroqués al esperanto. Era autor de varios folletos sobre matemática astral. Tenía treinta y cinco años, era autoritario y hablaba en voz baja. Su hobby era jugar al ajedrez en un tablero tridimensional. Su trabajo era el más dramático entre los eruditos, y el más frenético. Las fuerzas armadas lo contrataban para descifrar claves, y durante la guerra había hecho un trabajo brillante, pasando días enteros sin dormir. Los generales se habían asombrado ante él porque varias veces —decían— había salvado, literalmente, la guerra, al descifrar las claves maestras del enemigo. Y, en verdad, eso significaba que había salvado al mundo. Pero en toda su vida no pudo acordarse de poner los cigarrillos en los ceniceros, así que todo el mobiliario estaba marcado con pequeñas quemaduras pardas. Su mujer era rubia y menuda y delgada, y era un ama de casa muy prolija. Él la arrastraba a la desesperación. Él estaba siempre haciendo desastres en toda la casa, comiendo en el living, dejando sus medias tiradas por el piso, sus zapatos en el alféizar de la ventana; y, de vez en cuando, un pucho tirado sin apagar en el cesto de papeles provocaba llamaradas; pero, afortunadamente, la casa estaba todavía en pie. Lo que hizo de su mujer una rezongona. Ella le gritaba diez veces al día, hasta que él ya no lo pudo soportar; no podía ni quería discutir con ella semejantes tonterías; su mente estaba llena de fórmulas y cifras y extrañas palabras de idiomas antiguos, y, además, era un caballero. Un día, él la dejó. Hizo sus valijas y se fue a una casa de campo, ahí cerca, en West Virginia, con un gato siamés.  El gato lo hipnotizaba. Era un hermoso siamés de cola azul que hablaba mucho; es decir, maullaba, maullaba, maullaba, maullaba todo el tiempo. El sabio se sentaba en su cama y se quedaba mirándolo durante horas, mientras el gato jugaba con pelotas de celofán y saltaba de la cama a la cómoda, después al  lavatorio, al piso y luego de vuelta, una y otra vez, a la cama. De vez en cuando le daba un arañazo al aire. De pronto se detenía y se dormía. El sabio se sentaba y miraba esa pelota de piel gris pálido que respiraba tranquilamente, y sus pensamientos divagaban por las insatisfacciones de su vida. Voltaire había dicho una vez que despreciaba todas las profesiones que debían su existencia sólo al resentimiento de los hombres. Y la suya era por cierto una de ellas. Él había perdido todo interés en sus amigos, y en las mujeres. Encontraba vacía y vulgar a la mayoría de la gente. Algunas noches hacía la ronda de los bares, como buscando a alguien, sin tan siquiera el éxito ocasional de emborracharse alguna vez. Los libros lo hacían dormir. Y finalmente el gato se convirtió en el centro de su vida, su única compañía. Una noche, mientras estaba sentado mirándolo, creció en él un peculiar deseo. Quiso comunicarse con él. Decidió hacer algunos experimentos. De modo que tapizó las paredes de su garaje con mil jaulitas y en cada una de ellas puso un gato. La mayoría de los gatos los compró, a otros los recogió directamente de la calle, y algunos hasta los robó a amigos casuales, tan imbuido estaba este hombre de ciencia de su proyecto. En un magnetófono empezó a recopilar todos los sonidos gatunos. Grabó sus aullidos de hambre, distinguiendo entre los que querían atún y los que querían salmón. Algunos querían pulmón, hígado o pájaros. Y todos estos sonidos los archivó sistemáticamente en su creciente cintoteca. Cuidadosamente, comparó el grito cuando era amputada una pata delantera derecha, con el grito lanzado cuando se cortaba una pata delantera izquierda. Registró todos los sonidos que los gatos hacían al aparearse, pelear, morir y parir. Entonces abandonó su trabajo gubernamental y comenzó a estudiar ansiosamente los miles de gritos y ronroneos que había grabado y, después de un tiempo, los sonidos empezaron a adquirir significado. Después empezó a practicar, imitando sus registros hasta que dominó el vocabulario básico del idioma. Hacia el final, ensayó ronronear. Nunca había experimentado con su propio gato. Quería sorprenderlo. Una noche entró en su departamento, colgó su saco en el placard, como siempre, se volvió hacia su gato y le dijo: “¡MIAU!”.  Así era como los gatos decían, al encontrarse, “Buenas noches”. Pero el gato no se mostró sorprendido. Contestó: “Mrrrrouarroau”, que quiere decir: “Ya era hora”. El gato le hizo entender que lo ayudaría en las más complejas sutilezas del idioma, que estaba bien al tanto de lodos sus experimentos, y que si el hombre no prestaba atención a sus lecciones, sería mraur... ¡perdón! Al deslizarse las semanas, el hombre descubrió, para su continuo asombro, la fantástica inteligencia de su gato siamés. Poco a poco, aprendió la historia de los gatos. Miles de años atrás, los gatos tenían una tremenda civilización; tenían un gobierno mundial que funcionaba perfectamente; tenían naves espaciales y habían investigado el universo; tenían grandes plantas energéticas que utilizaban una energía que no era  atómica; no necesitaban ni radios ni televisión, porque usaban una especie de telepatía y algunos otros portentos. Pero una cosa que los gatos descubrieron fue que la importancia de cualquier experiencia dependía de la intensidad con la cual era vivida. Se dieron cuenta de que su civilización se había vuelto demasiado compleja, de modo que decidieron simplificar sus vidas. Por supuesto, no pretendieron tan sólo “volver a la naturaleza” —eso habría sido demasiado—, así que crearon una raza de robots para que los cuidaran. Estos robots eran un progreso, mecánicamente estaban por encima de cualquier cosa producida por la naturaleza. Un par de sus más grandes inventos fueron el “pulgar oponible” y la “postura erguida”. No quisieron molestarse en arreglar los robots cuando se rompían, de modo que les dieron una inteligencia elemental y la facultad de reproducirse. Por supuesto, nosotros somos los robots a los que el gato se refería. Y ahora el científico entendió por qué los gatos habían parecido siempre tan desdeñosos de sus amos. El gato le explicó que ellos no temían a la muerte; en verdad, vivían vidas constantemente apasionadas y heroicas, y cuando estaban bien preparados, cuando les llegaba la hora, daban la bienvenida a la muerte. Pero no querían una muerte atómica. Y los robots habían desarrollado una mezquina e irracional actitud hacia los ratones. “Se nos ocurrió que bastaría barrer con la raza, pero entonces tendríamos que volver a tomarnos el trabajo de crear una nueva”, dijo el gato (a su manera, por supuesto), “de modo que decidimos intentar algo que, francamente, muchos gatos pensaron que sería imposible: ¡enseñarle a un robot cómo hablar el idioma de los gatos, para que pudiera transmitir nuestras órdenes al mundo!” “Te elegimos a ti”, dijo el gato condescendientemente, acaso como le hablarían nuestros científicos a un mono al que hubieran enseñado a hablar, “porque de todos los robots nos pareciste el más promisorio y receptivo, y la mayor autoridad en tu pequeño terreno”. El gato le dio al hombre una lista de reglas, que él copió en un pedazo de papel.
Las reglas eran:
 NO PATEES A LOS GATOS.
NADA DE GUERRAS ATÓMICAS.
 NADA DE TRAMPAS PARA RATONES.
MATA A LOS PERROS.
 “Si el mundo no obedece estas reglas, simplemente eliminaremos la raza”, dijo el gato, y después cerró sus ojos y bostezó y se estiró e inmediatamente se quedó dormido. “¡Espera un momento! ¡Despiértate! ¡Por favor!”, rogó el hombre, tocando tímidamente al gato en la frente. “¡Déjame dormir!”, gruñó el gato. “Tienes un trabajo que hacer. ¡Hazlo!” “Pero yo no puedo llevarle estas reglas a la gente y decirle que un gato me las dio. ¡Nadie me creería! El gato frunció el ceño y dijo: “¿Y si te diéramos una pequeña demostración de nuestro poder? Entonces la gente comprendería que esto no es una broma. En una semana a partir de hoy, haré que algunos gatos atraviesen Moscú y Washington  desparramando un gas que enloquecerá a todos durante veinticuatro horas. El gas desatará todos sus impulsos destructivos. No se harán daño entre sí, pero destruirán todo aquello a lo que puedan echar mano, todos los edificios, puentes, obras públicas, todos los documentos y hasta todas sus ropas”. Entonces el gato bostezó de nuevo y se volvió a dormir. El hombre, con la lista de reglas en la mano, salió a la calle para hacer lo que le habían indicado, pero primero, y apenas si sabía lo que estaba haciendo, una extraña malicia iluminó sus ojos al pensar en sus vecinos. Abrió las mil jaulas. Una brisa de octubre lo golpeó en la cara, hojas del color de la llama crujieron bajo sus pies, el sol poniente enrojeció todo con sus últimos, espléndidos rayos, los ruidos callejeros invadieron sus oídos como en un sueño, y una campana tañía patéticamente ante la proximidad de la negra noche de invierno, o así le pareció a él mientras caminaba, marcado por la tremenda responsabilidad que le habían conferido, con su mente girando en grandes círculos, encontrando desesperadamente poesía y hermosura en las grietas de la acera, en las rayas de las insignias de los barberos, en los fragmentos de conversaciones de muchachitas que oía al pasar junto a ellas, en los ofensivos olores de las latas de basura, con la totalidad de la escena ciudadana que realmente él nunca había advertido antes y por la cual había transitado a ciegas, con los ojos vueltos hacia adentro, en su trabajo, pero que ahora tragaba a grandes sorbos con regocijada ansiedad: ¡pero si tan sólo pudiera escapar! Para escapar de su fantástico deber para con el mundo, se perdía en todas sus bellezas, pero este nuevo mundo que él veía era visto por otros, estoy seguro, que se hallaban en situaciones muy distintas, y como es este extraño mundo que él veía el que estoy tratando de describir, haré un digresión momentánea: imagínense a un chico en Inglaterra, un par de siglos atrás, que hubiera robado un pedazo de pan o un pañuelo o una media corona, y a quien algún juez severo y estúpido hubiera mandado a prisión, para hacerse hombre en la cárcel, sin conocer nunca la suavidad de una mujer, sin conocer nunca una comida dada con amor, sin probar nunca una golosina, sin ver nunca un espectáculo, o cualquiera de nuestros placeres más comunes; al ser liberado, podemos fácilmente imaginar su asombro, deleite y terror, su gran ansia de tocar a cuanta chica encuentra, su necesidad de un amor paciente y de interminables explicaciones (pues él no entendería casi nada de nuestro mundo libre), y que, al no encontrar una persona con tal paciencia, pronto estaría de vuelta en la prisión; pero todo eso está fuera de la cuestión, la cuestión es que el mundo de este científico que escapa de su responsabilidad y el mundo del muchacho que acaba de ser rudamente vomitado de una cárcel, se verían igual; y así, para comprender cómo aparecía esta noche de octubre a través de su mareo y su confusión, imagínense cómo se le aparecería el mundo a una persona después de terminar una condena tan ridículamente larga y sin sentido.

 Las luces empezaron a titilar a medida que la oscuridad descendía. Un convertible color crema, dentro del cual cuatro estudiantes secundarios borrachos estaban cantando alegremente y gritándole profusamente a los transeúntes, de pronto se salió de la calzada, arrancó la tapa de una toma de agua, arrojó a dos de los muchachos a través de la vidriera de una joyería, lanzó a otro a veinte pies por el aire, haciéndolo aterrizar sobre su espalda y encima del pavimento, y dejó al otro, el único sobreviviente, gimiendo miserablemente con costillas rotas contra el volante; las llamas brotaron de abajo de esa ruina retorcida que abruptamente se detuvo sobre el hidrante roto; el agua empapó la parte de atrás del automóvil pero no tocó la parte delantera en llamas. Una multitud excitada empezó a congregarse alrededor de la catástrofe y a devorar, hambrienta, el espectáculo. El científico, que estaba del otro lado de la calle, testigo de todo el accidente, lo vio como si fuera un accidente en el cine, y continuó su deambular entre sueños y sin meta; y aferraba en su puño la lista de reglas, aunque ni se daba cuenta de ello, tan perdido estaba en los hermosos movimientos, luces y ruidos de la ciudad. Aunque todavía caminaba, su mente volvió a sumergirse en él mismo, y se preguntó a quién diablos le llevaría esas reglas: no conocía al Presidente, y cualquier funcionario al que le hablara se le reiría, sin duda. Reflexionó largamente sobre este problema. Volvió a asomarse al mundo de afuera y descubrió con sorpresa que estaba frente a su antigua casa. Las luces estaban prendidas. Desde el día en que se fue, no se había comunicado con su mujer. Enderezó por el angosto sendero y entró en la casa sin llamar, por hábito, como lo había hecho siempre. Su mujer tenía el sombrero puesto. “¡Vete de aquí!”, le gritó. “¡Tengo una cita! ¡No quiero volver a verte nunca!” El científico echó una mirada a su antigua casa. Todo estaba igual. Hasta los muebles estaban colocados de la misma manera prolija, nítida. ¡Los muebles! Estos muebles habían sido los causantes de la separación. Ella amaba más a sus muebles que a él. Él agarró un florero. Ella amaba este florero más que a él. Él lo tiró contra la pared. ¡Smash! Su mujer gritó. Enseguida, esta silla antigua que a ella le gustaba tanto. ¡Smash! Se rompió en tres pedazos. Él tiró la lámpara por la ventana. ¡Crash! “¡Basta!”, gritó su mujer. “¿Estás loco?” Él fue a la cocina y tomó un cuchillo, tirando algunos ceniceros en el suelo y derribando la biblioteca que se le interpuso en el camino, y empezó a destripar las sillas tapizadas. “¡Basta! ¡Basta!”, gritó su mujer, ahora histérica y sollozante. Pero el científico apenas si la escuchaba. Estaba desgarrando, rompiendo, arrancando, destrozando, demoliendo, en verdad, en un frenesí de rabia más poderoso que las lágrimas de ella, todos los muebles de la casa. Después se detuvo. Y ella dejó de llorar. Sus ojos se encontraron y cayeron el uno contra el otro, más enamorados que nunca. La violenta escena de alguna manera los había cambiado a ambos. Los ojos del hombre estaban claros ahora, y su ceño había perdido la gravedad. La voz de ella era suave y cálida. Después el hombre se acordó de los gatos y de lo que iban a hacer. “Vámonos de Washington por un tiempo. Vámonos en una segunda luna de miel. Agarremos el auto y vámonos al oeste, a las montañas, alejémonos de todo y de todos.  Encontraremos algún lugar salvaje y viviremos allí. No me hagas preguntas. Haz lo que te digo”. Ella hizo lo que él le decía, y una hora después estaban saliendo de Washington rumbo al oeste. “¡Querido!”, le dijo su mujer súbitamente. “¡Vamos a tener que volver!” “¿Por qué?” “¿No tienes un gato siamés en tu casa de campo? Se morirá de hambre. No puedes dejarlo encerrado ahí. Y si volvemos, podrás recoger alguna ropa. Parece tonto comprar ropa nueva cuando todo lo que tenemos que hacer es volver a la casa de campo”. “¡Mira!”, le dijo su marido, apretando el acelerador, aumentando perceptiblemente la velocidad del coche. “¡Ese gato puede cuidarse a sí mismo!”  Viajando en etapas, les llevó tres días y medio llegar al linde de las montañas, donde compraron un rifle, mochilas, bolsas de dormir, utensilios de cocina y toda la parafernalia que necesitarían para vivir fuera de la civilización por un tiempo. Empezaron su viaje a pie, sudando y gruñendo bajo el peso de sus mochilas. Por un par de meses no vieron a otro ser humano. Pero en una ocasión, mientras caminaban a corta distancia de su campamento, se encontraron con un gato montés. El gato montés gruñó amenazadoramente. El hombre había dejado su rifle en el campamento. El gato montés estaba entre ellos y el campamento. Así que el hombre de ciencia empujó a su esposa detrás de él y empezó a gruñir y miaurra-miauuuu. Durante varios minutos hablaron, y luego el gato montés se dio vuelta y escapó. “Querido, ¿qué estabas haciendo? Parecía como si realmente estuvieras hablando con ese gato montés”. Y así el hombre le contó toda la historia de cómo había aprendido a hablar el idioma de los gatos, y que ahora probablemente Washington y Moscú estarían en ruinas, y pronto toda la raza humana sería destruida. Explicó que había sido demasiado. La raza humana no valía la pena. Y así, él había resuelto alejarse de todo y obtener la pequeña felicidad que pudiera de esos pocos días restantes. “No tengo idea de cómo o cuándo los gatos nos destruirán, pero lo harán, porque tienen poderes que nunca podríamos imaginar”, y su voz se apagó con tristeza. Ella lo tomó de la mano y volvieron lentamente a su campamento. Ahora ella entendía los ojos brillantes de él y esta nueva energía que tenía, su nueva juventud —su locura se le estaba volviendo aparente ante ella—; y, encontró raro que, aun así, lo amara más ahora que antes.  Un par de semanas más tarde, estaban sentados junto al fuego de su campamento. La nieve los rodeaba, y mientras el científico miraba las estrellas en silencio, la mujer tuvo frío y empezó a temblar. Por fin se puso de pie y empezó a caminar de arriba abajo. “¿Qué día es hoy?” “No sé”, contestó el hombre, ausente. “Debemos de estar cerca de Navidad”, dijo ella. El hombre la miró, penetrante, y después se puso pensativo. Pocos minutos más tarde saltó sobre sus pies y gritó: “¿Qué fue eso? Oí ruidos”. Su mujer escuchó por un instante y respondió: “Yo no oí nada”. “¡Oye! ¡Ahí está otra vez! Son como cascos de caballos”. “Pero, querido, yo no oigo nada”. “Bueno, ¡saldré a ver qué es!”, dijo su marido con decisión. Y salió a la oscuridad. Su mujer lo oyó hablar en voz alta, como con alguien, pero no escuchó otras voces. Lo llamó: “¡Querido! ¿Quién está ahí? ¿Con quién estás hablando?” Él le contestó a los gritos: “Nada, está bien. Es Papá Noel, nada más. Los que oímos eran sus renos”. Su mujer se dijo a sí misma, tristemente: “Para qué le voy a decir que no hay Papá Noel”.  Él volvió con una planta verde, un cactus que obviamente había arrancado de la nieve, y con una gran reverencia de viejo estilo se la entregó, diciéndole: “Papá Noel me dio esto para que yo te lo diera a ti como regalo de Navidad. Se molestó en venir expresamente hasta acá, a fin de que no te quedaras sin tu regalo”. Ella tomó la planta en sus manos y se acercó más al fuego. Estas ráfagas de locura la aterraban, ¿o era que él bromeaba, simplemente? ¿O es que era galante? Lo miró; él miraba fijamente más allá de las montañas, hacia aquellas estrellas lejanas. Cuán noble y loco parecía. Pero entonces el terror la tocó nuevamente, y ella dijo, con bastante timidez: “Sabes, querido, cuando estábamos en casa, cuando te enfurecías tanto, fuiste muy bueno al no pegarme”. Él la miró un instante, un poco incómodo, pero guardó silencio y volvió a mirar el horizonte. “Pero, claro —agregó ella—, no tenía por qué preocuparme. Eres tan caballero”. Poco después de esto, volvieron a la civilización. Moscú y Washington no estaban en ruinas. Y, para gran asombro de su mujer, resultó que su marido no estaba loco: el loco era aquel gato siamés. Descubrieron su cadáver en la casa de campo: había muerto de hambre. Porque hay un idioma de los gatos, pero todos los gatos siameses son locos: siempre están hablando de telepatía mental, poderes cósmicos, tesoros fabulosos, naves espaciales y grandes civilizaciones del pasado, pero no son más que maullidos; son impotentes: ¡sólo maullidos! ¡Maullidos! ¡Maullidos! ¡Maullidos! ¡Maullidos! Maullidos..

Padeletti: “Escribir poesía es la alegría”

.



Extracto de la nota del diario Perfil del sabado 26 de diciembre por Osvaldo Aguirre

Padeletti dice que nunca se preocupó por el prestigio ni por el éxito, y una carta natal le auguró fama póstuma: “Yo era feliz escribiendo, porque es un placer tremendo encontrar las palabras para lo que uno siente; me preguntaban cuándo iba a publicar y yo decía que más adelante iba a ir a Buenos Aires; pero siempre era más adelante. Mi poesía no había trascendido”.
Escribir, asegura, “no depende de la edad, sino de los estados por los que uno pasa: de grande, ahora inclusive, tengo más audacia y más fuerza que de jovencito, cuando era más tímido”. La atención como punto de contacto con el mundo, el instante como continuidad de la vida y la muerte, entre otros de sus temas, tienen “variantes de intensidad, por enriquecimiento de la experiencia con los años”. Y su concepción del tiempo: “Hablar del pasado y del futuro es estar soñando. La realidad es ahora. Las cosas hay que hacerlas cuando se tiene energía, no dejarlas para después. Ahora es ahora”.
El punto de partida es imprevisible. “Ver una hoja temblar en un árbol, una palabra, pueden ser el detonante –explica Padeletti–. También algo que leo en el diario, una imagen. O un verso de un poema anterior. Dejo salir todo lo que aparece y después podo; cuanto más sintético, el poema tiene más poder evocativo. Si sobran palabras el poema pierde fuerza y capacidad de sugestión. La poesía no es una prosa donde uno da informaciones”.
En ese proceso, “los recursos propiamente poéticos son el ritmo, la rima, las aliteraciones, los juegos de palabras, los elementos que hacen que la cabeza se vaya del orden lógico a otro lado. La poesía es eso en todas las lenguas y a través de la historia, no las ideas: las ideas se escriben en los ensayos o en otro tipo de textos”.

Isabella Leardini ( Rímini Italia ,1978 )







Y dicen que cuando tú estás
parezco menos nerviosa…
Es que me quitas los nervios y te vas…
Solo sé que la curva de tu cuello
es el lugar más perfecto que existe
para esta frente
y si me abrazas es como entrar en casa
sabiendo que no puede una quedarse.




E dicono che se ci sei anche tu
sembro meno nervosa...
 E che mi togli
i nervi e te ne vai..
So solo che la curva del tuo collo
è il posto più
perfetto che ci sia
per questa fronte
e se mi abbracci è come entrare in casa
sapendo che non ci si può restare.




De niña daba portazos...
¿Cuando me convertí en una que se queda
sentada, que vacía los veranos
mirando el cuarto desde el balcón
para ver si al volver a entrar
ni siquiera el último fantasma se ha ido?
Tengo un perro nuevo que duerme a mi lado,
pero vuelven las mismas largas noches
las puertas que se caen encima
sin la sacudida encendida del fragor...
Hay que tener el carácter de quien se queda
para saber sostener los ojos en los adioses
que duran más si es una sola la que lo hace.

Da piccola sbattevo le porte…
Quando sono diventata una che resta
seduta, che svuota le estati
a guardare la stanza dal balcone
per vedere se rientrando
neanche l’ultimo fantasma se n’è andato?
Ho un nuovo cane che dorme di fanco,
ma tornano le stesse sere lunghe
le porte che sbattono addosso
senza la scossa accesa del fragore…
Bisogna avere la natura di chi resta
per saper tenere gli occhi sugli addii
che durano di più a farli da soli.


Quien pierde el tiempo de ser feliz
primero pierde las carcajadas
que quitan la respiración, luego alguien
desciende dentro de la mirada y la vuelve negra
como plata guardada en los cajones.
Siempre la misma edad el mismo día…
Quien pierde el tiempo de ser feliz
tiene el aspecto de una casa estacional
que se prepara para ser habitada,
toda la frente cerrada dentro de un relámpago
que no se cumple jamás en el temporal.

Chi perde il tempo di essere felice
 per prima cosa perde le risate
 che tolgono il respiro, poi qualcuno
 scende dentro lo sguardo lo fa nero
 come l’argento chiuso nei cassetti.
 Sempre la stessa età lo stesso giorno...
 Chi perde il tempo di essere felice
 ha l’aria di una casa stagionale
 che si prepara a vivere e riempirsi,
 tutta la fronte chiusa dentro un lampo
 che non si compie mai nel temporale.



Traducción  de María Cecilia Micetich.
seleccionado del libro Esplendor en las sombras Tres voces italianas contemporáneas Edición bilingüe Selección, traducción y notas de Elena Tardonato Faliere y María Cecilia Micetich

Editorial Huesos de Jibia 2015

viernes, 25 de diciembre de 2015

Francesca Serragnoli ( Bolonia 1972)




Cierras mal la puerta
entra la luz, voces
y mientras espío, llueve.

Entra para mí en el labio
como hacen los peces
silenciosos lentamente
soy puente de campo
avanzo entre las gotas
río, resbalo.

Tus brazos
son una gruta
donde reposo.

Tengo miedo de que el agua se lleve
la luz que se desplaza mirándote.


Chiudi male la porta
entrano luce, voci
e mentre spio, piove.

Entra per me nel labbro
come fanno i pesci
silenziosi adagio
sono ponte di campagna
avanzo fra le gocce
rido, scivolo.

Le tue braccia
sono una grotta
dove riposo.

Ho paura che l’acqua porti via
la luce che transita guardandoti.


Date cuenta
parece doloroso empujar
esparcir el espacio de gestos.

El aire está atestado de columnas
no te veo
el pasado es el puño que abro
develo, tú te acercas
cada giro es un temor que desnudo
llegará el corte.
Sentirás mi pulso donde he castigado
el nacimiento a golpe de brazos.

Me caigo y pido que gires
sobre las escaleras de cristal
me he deslizado con la fe en andas.

Ya no sé dónde me encuentro
luz de quirófano cielo doloroso…
este es el lugar
donde arrojo mis miedos como aves
o  ya no tendré un hijo


 Accorditi
 sembra doloroso spingere
 spargere lo spazio di gesti.

L’aria è ftta di colonne
non ti vedo
il passato è il pugno che apro
sbendo, ti avvicini
ogni fro è una paura che svesto
arriverà il taglio.
Sentirai pulsare dove ho punito
le nascite a colpi di braccia.

 Cado e chiedo di girarti
 sulle scale di cristallo
 sono scivolata con la fede in braccio.

 Non so più dove mi trovo
 luce operatoria cielo doloroso...
 questo è il luogo
 dove lancio le mie paure come uccelli
 o non avrò più un fglio.


Traducción  de María Cecilia Micetich.

seleccionado del libro Esplendor en las sombras Tres voces italianas contemporáneas Edición bilingüe Selección, traducción y notas de Elena Tardonato Faliere y María Cecilia Micetich

Editorial Huesos de Jibia 2015

Milo de Angelis ( Milan 1951)




Todo estaba encaminado. Desde entonces hasta ahora. Todo
el tiempo, luminoso, rozaba los labios. Todas
las respiraciones se unían en el collar. Las sombras
de Lambrate cerraron la puerta. Toda la habitación,
absorta, se convirtió en el primer latido. El negro
de tus cabellos contra el amarillo del último rayo.
Desde entonces. Era el primer día del verano.
El silencio colmaba la frente. Todo estaba
ya en camino, desde entonces, todo estaba aquí, único
y perdido, nuestro y remoto. Todo pedía
ser esperado, volver a su verdadero nombre.

  
Tutto era già in cammino. Da allora a qui. Tutto
il tempo, luminoso, sforava le labbra. Tutti
respiri si riunivano nella collana. Le ombre
di Lambrate chiusero la porta. Tutta la stanza,
assorta, diventò il primo battito. Il nero
dei tuoi capelli contro il giallo dell’ultimo raggio.
Da allora a qui. Era il primo giorno dell’estate.
Il silenzio ci riempiva la fronte. Tutto era
già in cammino, da allora, tutto era qui, único
e perduto, nostro e remoto. Tutto chiedeva

di essere atteso, di tornare nel suo vero nome.


No había más tiempo. La habitación había entrado en una ampolla.
No era posible ya dividir la esencia. No tenías más el collar.
No tenías más tiempo. El tiempo era una luz
marina entre las persianas, una fiesta de religiosas,
la herida, el agua en la garganta, Villa Litta. No había
más día. La sombra de la tierra llenaba los ojos
con el miedo de los colores perdidos. Cada molécula
estaba en la espera. Hemos mirado el remiendo
de las manos. No había más luz. Una vez más
nos están llamando, juzgados por una estrella fija.


Non c’era più tempo. La camera era entrata in una fala.
Non era più dato spartire l’essenza. Non avevi
più la collana. Non avevi più tempo. Il tempo era una luce
marina tra le persiane, una festa di sorelle,
la ferita, l’acqua alla gola, Villa Litta. Non c’era
più giorno. L’ombra della terra riempiva gli occhi
con la paura dei colori scomparsi. Ogni molecola
era in attesa. Abbismo guardato il rammendo
delle mani. Non c’era più luce. Ancora una volta
ci stanno chiamando, giudicati da una stella fissa

traducido por  Elena Tardonato Faliere

seleccionado del libro Esplendor en las sombras Tres voces italianas contemporáneas Edición bilingüe Selección, traducción y notas de Elena Tardonato Faliere y María Cecilia Micetich

Huesos de Jibia 2015

jueves, 24 de diciembre de 2015

El asesino de Papá Noel , un cuento de Spencer Holst


Hubo una vez una persona que terminó con las guerras para siempre, al asesinar a 42 Papás Noel.
Todo empezó unos diez días antes de Navidad, cuando un Papá Noel del Ejército de Salvación fue asesinado en un barrio.
Un diario de la mañana traía la noticia, pero al día siguiente otros cinco Papás Noel fueron asesinados y el hecho apareció en la primera plana de todos los diarios del país.
Cuatro de ellos fueron asesinados mientras recolectaban fondos para el Ejército de Salvación, y el quinto fue apuñalado en la sección Juguetería de Gimbel’s.
¡La gente se sintió ultrajada! ¡Cómo se indignaron! Pensaban qué monstruo, qué engendro debía ser ese tipo, quiero decir, arruinarles la Navidad a los chicos asesinando a Papá Noel.
No se preocupaban por las vidas verdaderas de los hombres asesinados, tan sólo era el efecto que causaría a los chicos lo que molestaba a todos.
esta el cuento en este libro maravilloso
De manera que al día siguiente la ciudad estaba llena de policía metropolitana y estadual, agentes del FBI y hasta algunos funcionarios de Inteligencia de la Marina, agentes del Tesoro y funcionarios del Departamento de Justicia, todos los cuales encontraron pretextos para intervenir en el caso: y otros diez Papás Noel fueron muertos y no se atrapó al esquivo asesino.
Así que aquella noche todos los Papás Noel que estaban trabajando convocaron a una reunión secreta para decidir qué hacer.
Se daban cuenta de sus responsabilidades para con los chicos pero, por el otro lado, les parecía una especie de locura salir a la calle y ser atacados por este maníaco.
De modo que un hombre, que era valiente y no tenía a nadie que dependiera de él, se ofreció para salir al otro día, disfrazado y con una fuerte guardia armada.
Pero le cortaron la garganta en su cama, aquella noche.
Así que al otro día no había Papás Noel en la ciudad.
Y la gente estaba algo así como irritable y nerviosa, y los chicos lloraban, y no parecía Navidad sin los Papás Noel.
Pero al día siguiente, una volátil mujercita de Hollywood, una actriz que buscaba publicidad, salió vestida de Mamá Noel.
Y la gente y sus chicos se agolparon en torno de ella, ya que era lo más aproximado a Papá Noel que andaba por la calle, y consiguió un montón de publicidad, y no la mataron.
De modo que al día siguiente varias otras mujeres prominentes salieron todas vestidas de Mamá Noel, con el pelo empolvado de blanco y polleras coloradas y almohadones en sus vientres y sombreros de Papá Noel, y tampoco a ellas las mataron.
Decidieron que a lo mejor el maníaco había dejado de actuar, así que mandaron a la calle a un Papá Noel como globo de ensayo, pero una hora después su cuerpo era conducido en una ambulancia al Bellevue Hospital, con tres balas alojadas en él.
Así que la Navidad de ese año transcurrió con Mamás Noel.
Y el año siguiente empezó a ocurrir otra vez lo mismo, de modo que de inmediato mandaron a las mujeres otra vez a la calle.
Al año siguiente pasó la misma cosa; y el siguiente, y el siguiente; y año tras año, este paciente y esquivo maníaco mataba a cualquier varón vestido de Papá Noel, hasta que finalmente en los diarios, en la publicidad y en las mentes humanas, Papá Noel retrocedió hacia el fondo y Mamá Noel se convirtió en la figura principal.
Quiero decir que Papá Noel todavía estaba allí. Hacía los juguetes en el Polo Norte y se ocupaba de los elfos, pero era Mamá Noel la que viajaba en el trineo tirado por los renos y se deslizaba por la chimenea y repartía los regalos y encabezaba el desfile de Navidad cada año.
Y lo divertido era que a las mujeres parecía gustarles realmente ser Mamá Noel. Nadie tuvo que pagarles y se convirtió en una moda tal que las calles, en época de Navidad, estaban colmadas de Mamás Noel. Y a medida que el tiempo pasó, ellas empezaron a hacer pequeñas alteraciones en el traje tradicional, cambiando primero el matiz de rojo, y experimentando después con colores completamente distintos, hasta que al fin cada traje fue único y fantástico, hermosamente coloreado, bellísimo.
Se convirtió en un verdadero honor el encabezar el desfile de Navidad.
¡Y a los chicos les encantó!
¡La Navidad nunca había sido así antes, con todas estas Mamás Noel y toda la excitación!
Pero estos chicos, esta nueva generación de chicos que creció creyendo en Mamá Noel, eran algo así como distintos.
Porque, fíjense, para los chicos muy pequeños Papá Noel es un dios.
Y para la época en que dejan de creer en Papá Noel, empiezan a ir a la Escuela Dominical y aprenden acerca de un nuevo Dios. Y este nuevo Dios no les hace regalos. Es un poco rudo.
Pero toda la vida anhelan a su antiguo dios de la infancia, a su dios Papá Noel.
Observen sus oraciones, lo que dicen: dame lo que deseo. Pero esta nueva generación de chicos que crecieron creyendo en Mamá Noel parecía tener una actitud distinta hacia las mujeres.
Empezaron a elegir mujeres para el Congreso y eligieron a una mujer presidente y mujeres alcaldes, hasta que muy pronto el país entero estuvo gobernado por mujeres.
A ellas les preocupaba sobre todo cosas como la comida, y hubo mucha discusión en el Congreso acerca de varios regímenes, y bien pronto hasta los más pobres tuvieron mucho que comer; y estaban interesadas en las casas, y pronto ya no hubo escasez de viviendas.
Pero había una cosa que no apoyarían.
No pensaban hacerlo.
Quiero decir, ¿qué posible razón política haría que estas mujeres mandaran a sus hombres a ser matados? ¡Era ridículo!
De modo que con su poder político y su poder financiero y el prestigio de los Estados Unidos, obligaron y animaron a otros países a permitir que mandaran las mujeres.
Así la guerra terminó para siempre.
Los hombres siguieron haciendo lo que siempre habían hecho. Trabajaban en fábricas, y estudiaban matemática superior, y apostaban a caballos, y repartían el hielo, y discutían de filosofía.
Pero estas discusiones sobre filosofía no ocasionaban que la gente se muriera de hambre y se matara entre sí.
Y muy pronto, en todo el mundo, nadie estaba hambriento, todos tenían lindas casas, ya no había guerra, la gente empezó a ser feliz.
Saben, cuando uno se detiene a pensar en ello, había ocurrido una revolución mundial.
Y 42 Papás Noel no es mucha gente muerta para una revolución mundial.
Pero el asesino o, en realidad, el santo a quien la humanidad tanto le debía, el que planeó y ejecutó esta revolución casi incruenta, nunca fue atrapado y crucificado.
Siguió viviendo.
No, nadie descubrió nunca la identidad de este santo: es decir ah–, salvo yo.
Yo sé quién es el santo.
Oh, no tengo ninguna prueba, pero es precisamente por eso que estoy tan seguro de que lo sé.
Porque hay una sola persona capaz de esto, hay una sola persona con el genio, la osadía, la imaginación, el valor, el amor a la gente, la avidez por la sangre y la paciencia requeridos para llevar a cabo ésta, la mayor de todas las acciones.
Esa persona es mi hermanita.



Cuento traducido por Ernesto  Show

domingo, 20 de diciembre de 2015

Hugo Zonáglez (1985 Buenos Aires )





Zombie

Esta mañana
otra vez
hace frío
pero no es el mismo frío
que hay en el ambiente
es otro
como si todo terminara
como si en mi corazón
cayera por un precipicio
esperando que se despierte
una chispa de todo aquello
que alguna vez fui
hoy
estoy muerto
como un zombie
rengueando por las calles
deambulando por un living
acercándome a la estufa
con la esperanza de matar
este frío
que no es el mismo
que hay en el ambiente
es otro frío
me lleva lejos
a lugares que nunca vi
ese tañido incierto
vía sin horizonte
de una mañana de frío
sin fin.

Nudo 

Las noches frías
parecían un nudo
que no sabíamos desatar
el abrigo de los cuerpos
no emanaba el mismo calor
tratábamos de ver
con las manos sobre las caras
si éramos nosotros
dentro de una marea
propia de la mudez
sentíamos que algo se quebraba
pero el nudo seguía creciendo
acomodándose a nuestros cuellos
durante el día
intentábamos distraer el silencio
mirando la tele
escuchando música
hablando del tiempo
seguimos así
hasta el límite
de usarlo como un collar
pero un simple tropezón
de cualquiera de los dos
sería suficiente
 para ponerle fin.

Poemas del libro "Días perfectos" (2015)  de la colección " "La verdad se mueve", coordinada por Griselda García.
publicado por Ediciones del Dock

sábado, 19 de diciembre de 2015

Diego Roel ( Temperley,1980 )








El que Es Sin defecto y Grande, ha tocado justo ahora una pequeña morada para que se vea un milagro y pueda formar letras desconocidas, y pronunciar una lengua ignota y también que pueda tocar por sí misma multiformes y armoniosas melodías.

 Hildegard von Bingen, Carta al Papa Anastasio IV


Vía Lucis 

El que Es Sin defecto y Grande
me habló a mí, que soy pequeña y triste,
para que pueda formar en mi mente letras desconocidas,
para que de mi boca salga un verbo nuevo,
una expresión más leve, una palabra que atraviese
los mares y las islas,
que resuene en los últimos términos de la tierra.

Sí, yo siempre estuve callada y guardé silencio.

Pero ahora Tu Voz en mí se expande y multiplica
como voces de mujer que está de parto,
como voces de mujer que está muriendo.

Ahora Tu Voz en mí se expande.

Cuando pase a través de las aguas del gran Río
no me anegarán sus corrientes.
Cuando salte en medio de las llamas
no me quemaré.

El que Es Sin defecto y Grande
me habló a mí, que soy pequeña y triste.





Svicias 

Yo no soy instruida:
sólo escribo lo que oigo y veo.

Hablo de un camino que se abre en el desierto,
de manantiales de agua en un país extranjero,
de un hombre con ojos de barro.

Hablo de Aquél que extendió los cielos y
fundó la tierra,
del que cumple siempre sus oráculos.

Sólo escribo lo que oigo y veo.


Nacimiento 

Mi alma estaba muerta
y resucitó. Estaba perdida
y fue encontrada.

El calor del Verbo fecundó
la carne estéril de mis padres.




Poemas del libro " Via Lucis" de la Colección "La verdad se mueve"
coordinada por Griselda García.

 Publicado por Ediciones del Dock

Yves Bonnefoy: “La sociedad sucumbirá si la poesía se extingue”




Extractos de la nota del diario El País
“Los poemas no tienen significado. Cuando se lee uno hay que preguntar a la propia experiencia, a la memoria. Y a partir de ahí buscarle la interpretación”.

“En una conversación cotidiana, las palabras sirven para que nos entendamos, pero desaparecen. En cambio, en la poesía esas mismas palabras reaparecen en su verdadera realidad y son nombres propios que señalan o designan las cosas como son para mostrarnos la realidad”.

“La palabra, las palabras, están en el centro de todo. Son el embrión que no solo describe y señala y nombra el mundo sino que lo ordena y puede salvarlo, reordenarlo. La palabra es nuestra principal conexión con la realidad y la poesía su mejor vía. Por eso es necesario que las liberemos de ese yugo en el cual las hemos metido”.

“Yo no he elegido la literatura, sino la poesía. No son la misma cosa. La literatura es una posibilidad de la lengua, la poesía es una manera de despertar la palabra. Y debemos hacer una distinción fundamental entre la lengua y la palabra. La lengua es un conjunto de nociones que nos permiten encontrar diferentes aspectos de la realidad, la literatura es la construcción que hacemos de ella por medio del lenguaje. Todas las experiencias están aquí permitidas, todas las distracciones e irresponsabilidades. La poesía es la respuesta que se lanza en dirección a la lengua, cuando nos preguntamos acerca de nuestras necesidades fundamentales. No es un lugar para divertimentos, ni de la experimentación existencial: es el lugar de la exigencia de la responsabilidad”.

“Recuerdo que fui golpeado profundamente por la relación que aparecía entre la palabra y la cosa. Tenía la sensación de que la palabra era la embajadora de la cosa, su representante entre nosotros. Es mi primer recuerdo sobre la experiencia del lenguaje. En ese momento comprendí que la poesía ejercía esta relación con la palabra. Después encontré, en los poemas que nos hacían leer, que existía un ritmo, una música dentro de los poemas, que no era inherente a las conversaciones, sino que existía solo en la poesía. Así consideré que mi destino era practicar ese ritmo que hacía que las palabras entraran en contacto con el mundo”.
Convencido y emocionado, Bonnefoy dice que la palabra tiene vida; es un mundo, y crea un universo. Y su encadenamiento con otras palabras, su combinación para crear frases transforma y altera su esencia, su significado. Para él las palabras cotidianas se usan sin darles el valor que merecen.
“La poesía está para recordarnos que todas las palabras, incluidas las que usamos automáticamente, o tanto que parecen gastadas y poco relevantes, son las responsables de la realidad. Para nosotros es importante la existencia de una tierra, suficiente, benéfica, que nos permita dar un sentido a nuestra existencia, que nos permita estar unidos en un lugar donde exista la vida, aunque por momentos resulte surreal. Diría que la poesía habla solo acerca de eso, en esencia. Fundamentalmente la poesía debe decir: ‘Existe una Realidad’, debemos ser parte del mundo, no debemos dejarnos llevar por esa distracción que nos hace aceptar nuestras existencias como algo abstracto, o resignado a la irrealidad. ¡La poesía es aquello que exige la existencia del mundo!”.
“El medio ambiente de la Tierra vive amenazado. La lectura de poesía nos regresa a la capacidad fundamental, una apertura si se puede llamar así, de recentrar nuestra atención sobre el lugar terrestre como tal. Ahora en que muchas de las especies desaparecen, en que el aire está contaminado, en que la población es tan numerosa que no hay suficientes recursos, es necesario tomar conciencia de nuestro papel, y el papel de la poesía es facilitar esta toma de conciencias. Necesitamos una voz profética que anuncie los desastres y despierte la conciencia”.
Lo dice con una sombra de tristeza y esperanza. Como cuando habla de la falta de motivación de las instituciones para que la gente lea poesía. Algunas personas que pasan por ahí se detienen a escucharlo.

“Lo que ha ocurrido es que el sistema educativo ha tenido una preocupación sociológica, científica y psicológica que ha desviado la atención de esta relación que la palabra poética establece con el mundo. Se ha cambiado la experiencia poética directa por la explicación del poema y esa reflexión académica ha dado paso a una situación en la cual la poesía no puede respirar. He ahí el problema con la recepción de la poesía”.
Sentir. Sin temor. Expresar, sin miedo. Dar rienda suelta a la memoria para poder interpretar los versos que cobran nueva vida en cada lector. Algunas personas siguen ahí, asomadas en silencio a lo que dice él, ahora entre lo finito y lo infinito. Pastorea el Tiempo donde está inmerso el ser humano y con el que debe aprender a relacionarse.
“La poesía hace acercamientos más profundos a la condición humana, a lo que sabemos y está detrás. Las grandes obras de la poesía se han arriesgado mucho antes por los laberintos de la conciencia nuestra. En las dudas de Hamlet es donde la modernidad encontró su suelo más fértil”.
La realidad con sus encrucijadas está presente en El territorio interior:“Existir, pero de otra forma, y no en la superficie de las cosas, en el meandro de los caminos, en el azar: como un nadador que se sumergiese en el porvenir para emerger luego cubierto de algas, y más ancho de frente, y de espaldas”. Ir más allá de las quimeras es su invitación, dar a cada cosa su lugar y función. “Es la relación con el otro la esencia del pensamiento moral”. Considera que la poesía es el origen de la preocupación ética o filosófica. No duda en soplarnos que “la sociedad sucumbirá si la poesía se extingue”.
Palabras e ideas embajadoras en poemas como La rapidez de las nubes:
En mi sueño de ayer
El grano de otros años ardía a fuego lento,
Sin calor, en el suelo embaldosado.
Descalzos, lo apartaban nuestros pies como un agua límpida.
¡Oh amiga mía,
Qué distancia tan débil separaba nuestros cuerpos!
La hoja de la espada del tiempo que merodea
Hubiese allí buscado en vano lugar para vencer!

Y ADEMÁS...