Contribuciones del autor

Libros y poemas del autor

domingo, 24 de abril de 2022

Joan Margarit ( Sanahuja, Lleida, 938- Barcelona, 2021),

 








Retirada

No conocía este placer
de obediencia a una ley.
Me quedo aquí, adonde la vida me ha traído.
Recorro la ciudad y me siento extranjero.
No comprendo a los amigos que se hacen viejos como yo
y ya no sé de qué conversar con ellos.
Cada nueva pareja de mis hijos me resulta más extraña.
No recordaba haber deseado
con tanta urgencia la soledad.
Son señales. El animal las conoce y las obedece.
Cuesta mucho encontrar un zorro muerto,
un jabalí muerto. Antes se esconden.
traduccion Joan Cortadellas (El Periódico de Catalunya).
 
Retirada

No coneixia aquest plaer
d'obediència a una llei.
Em quedo aquí, on la vida m'ha portat.
Recorro la ciutat i m'hi sento estranger.
No comprenc els amics que s'han fet vells com jo
i ja no sé de què conversar amb ells.
Cada nova parella dels fills m'és més estranya.
No recordava haver desitjat mai
amb tanta urgència la soledat.
Són senyals. L'animal els coneix i en fa cas.
Costa molt de trobar una guineu morta,
un senglar mort. Abans s'amaguen.

versión original en revista "Alga", n.º 84, primavera de 2021.

jueves, 21 de abril de 2022

Lord Dunsany (Londres 1878- Dublin 1957)

 

Hay un camino en Roma que cruza un templo antiguo, en otra edad preferido por los dioses; corre rodeando una gran muralla y muy por debajo de él está el piso del templo, de mármol blanco y rojo.

Contemplé en el suelo del templo hasta trece gatos hambrientos. Unas veces, se decían entre ellos, vivieron aquí los dioses, otras los hombres, y ahora vivimos los gatos. Gocemos de la luz del sol sobre el caliente mármol antes de que otros seres vengan…

Únicamente en las horas de la siesta podía mi fatigada fantasía oír las voces melosas y silenciosas de los felinos. Su espantosa flacura me movió a ir a una pescadería próxima y comprar algunos pescados. Volví y los arrojé por encima de la baranda que corría sobre el muro. Con un chasquido, cayeron desde treinta pies de altura sobre el sagrado mármol. En otra ciudad que no fuera Roma, o en la mente de otros gatos cualesquiera, la vista de unos pescados que parecen caer del cielo habría causado sorpresa y maravilla, pero estos gatos se levantaron lentamente, se estiraron, se acercaron con pereza a los pescados y se dijeron en silencio:

–¡Bah!, solo se trata de un milagro.

 



domingo, 10 de abril de 2022

"Dioses" de Enrique Anderson Imbert






 Desde los bancos solo veíamos la cabeza del predicador, encima del alto atril: al sonreírse el tajo de la sonrisa se había corrido por los costados y por atrás y se la cercenó. 

La cabeza dijo: —El hombre no sabe nada de Dios ni gana nada con plantearse el insoluble problema de su existencia ni puede formular una sola proposición teológica que de veras signifique algo. Pero Dios existe. Existe fuera de la conciencia del hombre. Lo que ocurre es que una de las perfecciones de Dios es la modestia: admirable rasgo de modestia, haber creado al hombre y, sin embargo, no dejarse percibir por él. ¡Si le hubierais visto el recato, la humildad, con que dijo «No existo» cuando tropecé con él!

 Decía Esteban: —¿Que los nuevos físicos me salen con la teoría de que el universo se originó en un instante, con la explosión de un átomo, y luego se desenvolvió? Mi fe queda inconmovible: yo hago que sea Dios el que ocasionó la explosión y sanseacabó. ¿Que proponen la teoría de que el universo nunca empezó ni nunca acabará porque es un continuo torbellino? Yo, con renovada fe, contesto que es natural que la Creación participe de la eternidad del Creador. Como ves, a mí la fe no me la quita nadie. Lo único que me da rabia es que esas cosmogonías puedan prescindir de Dios cuando explican el universo porque, al hacerlo, destruyen el esencial atributo de Dios que es el de ser una imprescindible explicación de todas las cosmogonías. 

 Ese loco no tenía un sentimiento de culpa ante Dios, sino más bien un resentimiento contra Dios. —Dios —dijo— lo habrá pensado todo con mucho cuidado antes de decidirse a crear el mundo. La creación fue, pues, el resultado de una lenta rumia. Puso fin al Caos, dio origen al Cosmos. Si fue él quien originó todo ¿por qué mucho después acusó a Adán y Eva de haber cometido el pecado original? El de Adán y Eva fue un pecado secundario, y nada terrible. El paraíso no debió de ser gran cosa: ¡bastó tan poco para destruirlo! 

Y para qué hablar de los otros pecadillos humanos que siguieron. Si los hombres pecamos es porque Dios nos lo consiente. No pecamos a pesar de la voluntad divina —nada puede ocurrir contra la voluntad divina— sino que es Dios quien peca contra sí mismo, hombres mediante. ¿Por qué se mortifica a sí mismo? Porque Dios quiere castigarse por su gran pecado original: la Creación.



Hryhorii (o Grigory) Skovoroda (1722-1794)

 


 El jardín de las canciones divinas, Canción XI

No se puede cubrir el abismo del mar con un puño de polvo.
             No se puede apagar un incendio con una pobre gota.
             Y en una cueva oscura, ¿podrá un águila alzar el vuelo?
             ¿Podrá volar de aquí a los celestes reinos?
             Y el espíritu no será saciado por la carne.

El espíritu es un abismo en nosotros
             más vasto que las aguas y los cielos.
             No podría saciarte ni en una eternidad
             aquello que cautiva la visión de tus ojos.
             De aquí surgen el tedio, la interna quebrazón,
             de aquí la languidez y la tristeza.
             De aquí la saciedad que nunca llega. Cada gota
             hace peor el calor.
             Al espíritu –sábelo– no lo sacia la carne.
             ¡Oh raza de la carne! ¡Oh raza de razón!
             ¿Cuánto tiempo tendrás pesado el corazón?
             ¡Levántale los párpados! Observa el firmamento.
             ¿Por qué no tratas de saber a qué se llama Dios?
             ¿Por qué no intentas comprender para que puedas verlo?
             El abismo reclama de repente al abismo. 


traducido por Aurelio Asiain sobre la versión inglesa de Michael M. Naydan, revisada por Olha Tytarenko