La mañana
es extrañamente larga.
Pueden suceder en ella varios días extenuantes a la vez.
Reviso las noticias sin comentarlas,
flotan los titulares del diario como la nada misma flota
en un mundo que no es más que papel.
Las galletas sobran desde que no estás,
se humedecen
en esa rara manera de envejecer que solo las galletas pueden.
Me miro en el espejo antes de partir
y me pregunto cuál de ambas solas soy yo.
En esta tarde,
la más irreal de todas mis tardes irreales,
tu duda me reconstruye.
En tanto te cuestionas si soy para ti o no lo soy
sentirme me sacude,
decreta que sí soy
me salva de una muerte inminente en el ocaso.
Juan acomoda sus crateus todas las mañanas,
los entreteje en el alambre
(me alarma ver que cada vez son menos los rombos metálicos).
A fuerza de lastimar sus brazos,
Juan anhela ver el frente cubierto de un verde suyo.
Lamentaré, cuando eso suceda
no saber de Juan y sus obstinaciones matutinas;
perderme la síntesis de la torpeza y dulzura en sus dedos,
permanecer en la ventana preguntándome.
Lamentaré, cuando eso suceda
dejar de sentir que siente que lo observo,
dejar de ser una mujer en la ventana.
Recuerdo
el color desnudo
de tu piel arena,
mi sed
en la eterna siesta de tus brazos.
Recuerdo
el susurro del viento
entre los sauces
y la almohada nuestra,
su verde perfume al dormir
y ese buscar
en tus ojos
mi agua fresca.
Recuerdo
cada cosa
que no viví contigo.
Hablo con mi sombra a veces,
cuando más se aleja.
Hablo con las plantas, al regarlas
y al despojarlas del polvo o de sus hojas muertas.
No sé hablarles sin tocarlas o servirlas
ni indagar en mí sin atenderlas.
Hablo con la lluvia
y me sincero.
Tampoco sé fingir cuando hablo con la lluvia,
ni esconderme con la piel mojada.
Conozco mis maneras de no estar
y las invariables maneras de volver.
Los pasillos del silencio que transito
como yendo a casa.
El mínimo estremecimiento
que resiste mi regreso en las cosas.
Del libro " Leve" Huesos de Jibia 2014