Contribuciones del autor

Libros y poemas del autor

lunes, 18 de noviembre de 2013

Carlos A. Basch (1948 ,Capital Federal )







Son varios hombres sentados

a  una mesa al aire libre en sepia,
muy años treinta en vestimenta.
Se ven restos de asado, vino, algún sifón,
la conversación luce animada, con sonrisas
que miran a la cámara.
Un solo comensal parece cohibido,
como aislado del resto ; o acaso se concentra
en el trozo que hay sobre su plato.
Falta diez años (cuando menos)
para que sea mi padre
y  algo en él ya me resulta opaco

Sueño con un caballo muerto

                                                                       a Gerardo Pasqualini,
                                               que tiraba del yugo de los sueños.

Sueño con un caballo muerto,
desparramado entre el paisaje
árido, bajo un sol de acuarela
en medio del camino
a ningún lado.
En vano intento despejar derivas,
abrir rumbos posibles a mi sueño.
Descocado en la muerte
ya no tira el caballo de su yugo
para trazar un surco en lo soñado.
El caballo está muerto.
En adelante el sueño se abrirá camino por sí solo.

Construyo un avión

En escala. Ensamblo piezas
y  pego calcomanías
con insignias de combate.
Después juego a ser piloto
del cazabombardero.
Tarde o temprano deberé eyectarme.


Poemas de “ Álbum familiar” Huesos de Jibia 2018




Perfume

Caminando a tientas el desierto
dí con una mujer. La llevo
desde entonces al alcance de mi cuerpo.
Con ella de mi lado me adentro
en el misterio sin perderme,
los ojos bien abiertos al silencio
salgo fuera mí
llego al espacio exterior sin escafandra
me aposento en su piel
que atesora el perfume de mi nombre secreto



Valkiria en astrakán

 
En tapado de Astrakán flameando al viento
te recuerdo con sólo el camisón debajo
a duras penas recubiertas  las carnes
 de semítica valkiria erosionada
en sucesivos oleajes migratorios, mi abuela
madre primordial, heroica y terrorífica.
Puedo escuchar tu voz de latigazo seco, tironeado
en la dura aspereza de las lenguas
que nunca terminaron de alojarte


A mis trece años el tío Ernesto

fue el primer muerto que vi.
Sus manos consumidas apuntando
 al no lugar que lo esperaba,
el punzante alambrado de la barba,
el cancelado rictus, la máscara final.
Como suele acontecer con el amor
tras la primera vez también la muerte
persiste en nosotros, de algún modo
viva

Dejé de ser un niño

Por la puerta entreabierta
procuro escuchar desde la cama
la respiración dormida de mi padre.
Atento al menor cambio en su resuello
me mantengo en vigilia de algún modo
aún durante el sueño, a la distancia
intento controlar
que el mundo no se desmorone.
Alcanzo a vislumbrar el curso
inexorable de las cosas.
Ya nada será igual



Desarreglo


Ya no escuchamos más, salvo en los sueños
las voces de los dioses que partieron
dejándonos vacíos en ciudades crepusculares
transpiradas de aires tan malsanos
que nos hacen contener el aliento.
La vida desde entonces se tornó penosa,
los refranes perdieron su sentido, a nadie le interesa
el rumor del océano, las cosas llevan nombres apenas
provisorios, todo se  desarregla.
Hasta la luz de las estrellas nos llega con atraso.

  Paisaje abierto

Estás de vacaciones, inmerso en esos días
tan salidos de cauce que no es fácil
 saber a ciencia cierta si es ulular del viento
o grito de los pájaros  lo que  se oye de fondo.
Por un paisaje abierto en el follaje
ves circular mujeres y amigos de otros tiempos
que saludan y siguen su camino.
Viene después tu hermano, hace años fallecido,
que dice estar también de vacaciones
y se sienta a tu lado.
Te preguntás cuando enciende su pipa
si acaso sabe que está muerto.
(Me pregunto si al cabo eso importa
gran cosa.
El humo de mi pipa forma inciertas figuras,
qué fuerte pega el sol de tarde este verano)


 Del libro Almanaque publicado por la editorial Huesos de Jibia (2016)





Los ojos de mi madre


Hundidos en el fondo de su rostro
con piel de Blancanieves
intocados por los años
de larga vida y breve muerte
con un destello de paloma en vuelo
nunca supe cuándo me dejaron
de mirar

Llueve

despacio sobre el mar indolente
que asimila lluvias y nostalgias
sin dejar rastros alguno su rumor de fondo
envuelve cada gota desde antes del principio.
Llueve y destiñe el horizonte nombres
que se quedan vacíos de mujer.
Sólo cuando despeje será el tiempo
de inventar una nueva religión

Acoso

de los muertos conservamos palabras
que apenas comprendemos.
Ellos nos las dejaron al partir
y nos acosan, persistentes
como murmullos de niños temerosos
que se quedaron solos en lo oscuro


La espesura

Se pone espeso el aire cuando vamos
de pesca con mi padre.
En discurrir pausado de mareas
arrojamos las líneas con desgano, mirada
a lontananza, arenosa la boca, papilla
de palabras a medio decir.
Tarde o temprano el solo parece detenerse
y temo que persista para siempre
inmóvil

Del libro Hombre Grande publicado por la editorial Huesos de Jibia (2013)