Brotaba una flor de abrojo
en el arenal de México.
La flor de abrojo se levantaba en un vaso
en medio del inmenso desierto de la luna.
Florecía el abrojo
encima del cerro escabroso del corazón de una mujer.
El mar, bullicioso, se manchaba con el abrojo.
El tallo del abrojo encerraba al cielo.
El abrojo púrpura
florecía en silencio
al costado de la mujer.
Era el cadáver de un hombre.
Al pie de un cactus con flores amarillas
arrancándose plumas, una paloma se acurrucaba.
Un perro lloraba como tragando el aire radiante.
Palabras
No tomo tus palabras
simplemente como palabras.
Estoy alejado de eso.
Escucho
lo que te hace decirlas—
lo que ellas quieren ser—
escucho.
Poesía zen, Verdehalago/IMC, 1994
traducido por Sachiko Yahashi y Moisés Ladrón de Guevara
El océano
El océano estaba infinitamente profundo.
De pie, al borde del océano miré hacia el fondo.
Peligrosamente cerca de caer pensé en mi futuro.
Imaginé el tiempo como las piernas de un niño
que aún no puede caminar.
No tiene importancia lo que ocurra en ninguna parte,
no hay otra cosa que hacer más que pararme
en este empinado risco,
apretar los dientes y cerrar mis ojos.
El futuro aún no experimentado
es como las lámparas de los pescadores,
parpadeando más allá del horizonte con la oscuridad a su alrededor.
Parece que arrojé mi cuerpo hacia abajo,
dentro de ese océano.
Traducido por Francia Rosa Calzadilla
Akana (pez)
Un pez nadaba.
No era en el océano,
ni en el río,
ni en el agua.
En la piedra
nadaba.
Con la piedra.
Fosilizado,
resistiendo,
sola espina sin carne,
cientos de miles de años
sobre el haz de la piedra,
huellas que habrán
de deshacerse
–aislada cada parte
del fenómeno.
Sólo en nuestra memoria
mueve su aleta el pez.
Está nadando.
Publicado en Revista Nigredo