Contribuciones del autor

Libros y poemas del autor

viernes, 22 de abril de 2011

Jose Watanabe (Laredo, Perú, 1945-2007)




La piedra alada

El pelícano herido, se alejó del mar
y vino a morir
sobre esta breve piedra del desierto.
Buscó,
durante algunos días, una dignidad
para su postura final:
acabó como el bello movimiento congelado
de una danza.

Su carne todavía agónica
empezó a ser devorada por prolijas alimañas, y sus huesos
blancos y leves
resbalaron y se dispersaron en la arena.
Extrañamente
en el lomo de la piedra persistió una de sus alas,
sus gelatinosos tendones se secaron
y se adhirieron a la piedra
como si fuera un cuerpo.

Durante varios días
el viento marino
batió inútilmente el ala, batió sin entender
que podemos imaginar un ave, la más bella,
pero no hacerla volar


Mi casa

Mi vecino
estira su casa como un tejido que le ajusta.

No debería burlarme,
si yo mismo vivo inmensamente pegado a mi casa, tanto
que a veces las paredes tienen manchas
de mi sangre o mi grasa.

Sí, mi casa es biológica. En el aire
hay un latido suave, un pulso que con los años se ha concertado
con el mío.

Mi casa es membranosa y viva, pero no es asunto
uterino. Estoy hablando del lugar de mi cuerpo
que he construido, como el pájaro aquel
con baba
y donde espacio y función intercambian
carne.
Afuera soy, como todos, del trabajo y la economía, aquí
de mi cuerpo desnudo
y, a veces, de una mujer
que se aviene a ser, como yo, otro órgano dentro de este
pulposo
tercer
piso.

del libro "Cosas del cuerpo"

Responso ante el cadaver de mi madre



A este cadáver le falta alegría.
Qué culpa tan inmensa
cuando a un cadáver le falta alegría.
Uno quiere traerle algo radiante o gustoso (yo recuerdo
su felicidad de anciana comiendo un bife tierno),
pero Dora aún no regresa del mercado.



A este cadáver le falta alegría,
¿alguna alegría aún puede entrar en su alma
que está tendida sobre sus órganos de polvo?

Qué inútiles somos
ante un cadáver que se va tan desolado.
Ya no podemos enmendar nada. ¿Alguien guarda todavía
esas diminutas manzanas de pobre
que ella confitaba y en sus manos obsequiosas
parecían venidas de un árbol espléndido?


Ya se está yendo con su anillo de viuda.
Ya se está yendo, y no le prometas nada:
le provocarás una frase sarcástica
y lapidaria que, como siempre, te dejará hecho un idiota.

Ya se está yendo com su costumbre de ir bailando
por el camino
para mecer al hijo que llevaba a la espalda.

Once hijos, Señora Coneja, y ninguno sabe qué diablos hacer
para que su cadáver tenga alegria.

De Banderas detras de la niebla (2006)


El anónimo

Desde la cornisa de la montaña
dejo caer suavemente una piedra hacia el precipicio,
una acción ociosa
de cualquiera que se detiene a descansar en este lugar.
Mientras la piedra cae libre y limpia en el aire
siento confusamente que la piedra no cae
sino que baja convocada por la tierra, llamada
por un poder invisible e inevitable.

Mi boca quiere nombrar ese poder, hace aspavientos, balbucea
y no pronuncia nada.
La revelación, el principio,
fue como un pez huidizo que afloró y volvió a sus abismos
y todavía es innombrable.

Yo me contento con haberlo entrevisto.
No tuve el lenguaje y esa falta no me desconsuela.
Algún día otro hombre, subido en esta montaña
o en otra,
dirá más, y con precisión.
Ese hombre, sin saberlo, estará cumpliendo conmigo.


La jovencita


El algarrobo se inclina como una nube verde
sobre la única bodega del pueblo.
Detrás del mostrador humilde
una grácil jovencita lleva nuestra mirada
a un tiempo sin malicia.

Tiene el cabello recortado
como un muchachito travieso. El próximo año
tendrá la cabellera larga. El cuerpo
sobrecoge de tan puntual y prolijo: cumplirá
con el crecimiento de cada uno de sus cabellos
y hará sonar una música
menos inocente.

Mientras tanto, ella guarda sus negros mechones
en un frasco de vidrio
junto a los caramelos y gomas de menta.
Eso es siniestro, pequeña.
Tú, tan vivaz, hija
del solcito que venimos a buscar,
no deberías guardar nada muerto. No es justo
para los que ahora te miramos
como agüita de yerba para el desasosiego.

Restaurant Vegetariano


A los vegetales se entra
con hambre de animal longevo y apacible, y lentamente
se acaba
la lechuga.

A la carne se va distinto, se ingresa a ella
con ansia orgánica, casi disputándola
como si fuera carne
del día de la resurrección, y se acaba
el bife.

Recuerdas:
para que tú vivieras
tu familia depredaba la tierra para ti,
pollos patos reses cuyes cabritos carne
para convalecer y durar.

El alimento en la boca te relaciona
con el mundo. Hay días de felino
y días de paquidermo. Hoy sean bienvenidas
las benéficas ensaladas, la suave soya y las frutas
aunque tarde:
ya cincuenta años que comes carne
y estás eructando miedo.

Pero hay días que no tienes carnes ni vegetales
sino arena en la lengua. Te explicas: tal vez has comido
una sequedad inicial, insidiosa, de pecho, y nunca
se acaba, el desierto
nunca se acaba.

del libro "Cosas del cuerpo"


Orgasmo

¿Me dejará la muerte
gritar
como ahora?

jueves, 21 de abril de 2011

Piotr Jerzy Domansky ( Polonia,1949)



Aquí



Aquí cada árbol
es un fuerte lacerante

aquí cada viento
tiene baleado el cráneo

aquí cada pájaro
está vestido con la piel de la cebra

aquí cada piedra
está numerada

aquí cada camino
está adoquinado de sangre

aquí cada palabra
comienza a oler a cuerpo chamuscado

aquí
desde cada
ventana
se ven
90 mil
asesinados

estoy
en Stutthof

en la plaza cercana
mi padre se aprestaba
para la revisión

cuando caía la helada
la revisión duraba del crepúsculo al alba
mi padre estaba desnudo
en posición de firme
mojado por el "cappo" furioso
bajo la helada el agua se congelaba rápidamente
- los cuerpos humanos escarchados
despertaban la carcajada de
alemanes

en qué pensaba mi padre
cuando vio los rostros festiculantes/SS
seguramente pensó
qué se debe hacer
para que no quede tan sólo
el recuerdo del fascismo.

Traducido por Guillermo Landa

domingo, 3 de abril de 2011

Vasko Popa (Vrsac, 1922-Belgrado, 1991)



Las manos encendidas

Se hunden dos manos encendidas
En el altamar del cielo

No se aferran a la estrella
Que a su alrededor vuela
Parpadea y se santigua

Hablan de algo con los dedos
Quién podrá descifrar
El lenguaje de los dedos en llamas

Cierran sus palmas solemnemente
En forma de caballete

¿Hablarán de la vieja casa
Que abandonaron incendiada
O acaso de la nueva
Que piensan construir?

Lejos de nosotros (fragmentos)

21

Tus manos llamean
En la hoguera de mi cara

Tus manos me abren el día
Tus manos florecen
En el lejano desierto en mi interior
En el que nadie ha entrado

Tus manos sueñan en las mías
El sueño de todas las manos consteladas del mundo


Traducidos por Dubrabvka Suznjevic


La casa en mitad del camino (1956)

1

Nuestra casa está en mitad del camino
Que une el primer sol con el último

Nuestra negra suerte de doradas manos
Fue nuestro único arquitecto

Imaginó parece un puente celestial
Una balanza de sol quizás
Y resultó una casa

2

Desde entonces surgen espectros en el camino
Y seres peligrosos y altisonantes
Y comerciantes de sol

Desaparecen las casas hermosas
En la lucha entre cielo y tierra
En el rechinar de la oscuridad
En el grito de socorro de la luz
En el pataleo de los cascos sobre el techo



3
Cada tanto el cielo se separa de la tierra
La casa aparece de nuevo en mitad del camino
Aparece hermosa

Sí como un puente celestial
Como una balanza de sol

4

El camino sigue ocupado en sus cosas
Une el primer sol con el último

Sólo los vientos
Que sirven en torno a la casa
Dispersan el hedor de los cuernos ardidos


Del libro Sal lobuna. 1975