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miércoles, 28 de abril de 2021

Celestina de Silvina Ocampo

 


Era la persona más importante de la casa. Manejaba la cocina y las llaves de las alacenas. Era necesario complacerla.

Para que fuera feliz, había que darle malas noticias: esas noticias eran tónicos para su cuerpo, deleites para su espíritu.

–Celestina, hoy, mientras daba a luz, murió de un ataque al corazón la señora Celina Romero, aquella mujer simpática y bondadosa, a quien convidó usted con carbonada y niños envueltos. Nadie se ocupará del hijo, que tiene dos cabezas y una sola oreja.

–¿Y en todo lo demás el niño es normal?

–No. Tiene el talón del pie colocado adelante, los dedos en el talón, además de las pestañas dentro de los párpados. Hablan de hacerle una operación.

-¡Qué pavada operar a un recién nacido!

 

Celestina se incorporaba en la silla, como en el agua una flor marchita, y revivía.

 

–Celestina, hay terremotos en Chile; maremotos también. Ciudades enteras han desaparecido. Los ríos se transforman en montañas, las montañas en ríos. Se desbordan, se vienen abajo. Predicen el fin del mundo.

 

Celestina sonreía misteriosamente. Ella que era tan pálida, se sonrojaba un poco.

 

–¿Cuántos muertos? –preguntaba.

 

–Todavía no se sabe. Muchos han desaparecido.

 

–¿Podría mostrarme el diario?

 

Le mostrábamos el diario, con las fotografías de los desastres. Las guardaba sobre su corazón.

 

–¡Qué broma! –respondía.

 

–Celestina, la criminalidad infantil aumenta. Ayer, mientras el señor Ismael Rébora, que usted conoce, dormía, con la dosis habitual de somnífero, su nieto, Amílcar, de ocho años de edad, con el cuchillo que utilizaba para sacar punta a los lápices y a las cañas de bambú, le infirió varias heridas mortales. El señor Ismael Rébora tuvo tiempo de encender la luz para ver como le asestaban la cuarta puñalada y comprobar que el autor del hecho, no sólo era un niño, sino su nieto, amargura que para él duró la fracción de un segundo, pero no para su familia, que ocultó el asesinato con éxito, y que tiene que convivir ahora con un pequeño criminal que asesinará con el tiempo al resto de la familia.

 

–A lo mejor –respondía Celestina.

 

Durante horas fue amable, bondadosa, alegre, casi bonita; tarareaba una canción española, que expresaba claramente su regocijo.

 

Celestina podía vivir en carne propia las malas noticias.

 

–Esta casa está incendiándose –le dijeron un día–. Los bomberos ya están al pie del edificio, tratando de apagar el incendio. No, no es una broma. De los grifos, en vez de agua, salen llamas. No podemos salvarnos, porque la escalera que da al pasillo de la puerta de calle está ardiendo y la de servicio está obstruida por los tirantes de madera que cayeron. De cada ventana se asoma el fuego, con sus ojos de anguila eléctrica.

 

Celestina, reconfortada con la mala noticia, se salvó del incendio sin una quemadura. Los otros inquilinos de la casa murieron o se salvaron con quemaduras de tercer grado.

 

A veces, por increíble que parezca, no hay malas noticias en los diarios. Es difícil, pero sucede. Entonces, hay que inventar crímenes, asaltos, muertes sobrenaturales, pestes, movimientos sísmicos, naufragios, accidentes de aviación o de tren, pero estas invenciones no satisfacen a Celestina. Mira con cara incrédula a su interlocutor.

 

Y llegó un día en que tuvimos sólo buenas noticias, y la imposibilidad de inventar malas noticias.

 

–¿Qué hacemos? –preguntaron Adela, Gertrudis y Ana.

 

–¿Buenas noticias? No hay que dárselas –dije, pues me había encariñado con Celestina.

 

–Algunas poquitas no le harán daño –dijeron.

 

–Por pocas que sean, le harán daño –protesté–. Es capaz de cualquier cosa.

 

Nos secreteábamos en las puertas. ¡Aquel último accidente, horrible, que yo le había anunciado, la dejó tan contenta! Fui personalmente a ver el tren descarrilado, a revisar los vagones en busca de un mechón de pelo, de un brazo mutilado para describírselo.

 

Como si hubiera presentido que estábamos preparándole una emboscada, nos llamó.

 

–¿Qué hacen? ¿Qué están complotando, niñas?

 

–Tenemos una buena noticia –dijo Adela, cruelmente.

 

Celestina palideció, pero creyó que se trataba de una broma. El sillón de mimbre donde estaba sentada, crujió debajo de su falda oscura.

 

–No te creo –dijo–. Sólo hay malas noticias en este mundo.

 

–Pues, no, Celestina. Los diarios están llenos de buenas noticias –dijo Ana, con los ojos brillantes–. De acuerdo con las estadísticas, se han podido combatir eficazmente las peores enfermedades.

 

–Son cuentos –musitó Celestina–. ¿Y tú, con esa carita triste, qué noticia me traes? –me dijo débilmente, con una última esperanza.

 

–Los crímenes han disminuido notablemente –exclamó Adela.

 

–En cuanto a la leucemia, es una historia antigua –musitó Gertrudis.

 

–Y yo gané a la lotería –dijo Ana diabólicamente, sacando un billete del bolsillo.

 

Esas voces agrias, anunciando noticias alegres, no auguraban nada bueno. Celestina cayó muerta.

 

sábado, 2 de diciembre de 2017

Emily Elizabeth Dickinson (Amherst, Massachusetts, 1830 - 1886)






670

No es necesario ser un cuarto - para estar embrujado -
ni una casa -
el cerebro tiene corredores - que superan
los lugares materiales -

vale más encontrar a la medianoche
un fantasma visible
que afrontar en el interior -
ese huésped más helado.

Vale más atravesar galopando una abadía
apedreado -
que encontrarse a sí mismo desarmado -
en un lugar solitario -

Ese uno mismo, detrás de uno mismo oculto -
debe sobrecogernos más -
el asesino escondido en nuestro apartamento
será un menor horror.

El cuerpo -busca un revólver -
pone cerrojo a la puerta -
presintiendo un fantasma superior -
o más -


Traducion Silvina Ocampo

670

One need not be a Chamber - to be Haunted -
One need not be a House -
The Brain has Corridors - surpassing
Material Place -

Far safer, of a Midnight Meeting
External Ghost
Than its interior Confronting -
That Cooler Host.

Far Safer, through an Abbey gallop,
The Stones a'chase -
Than Unarmed, one's a'self encounter -
In lonesome Place -

Ourself behind ourself, concealed -
Should startle most -
Assassin hid in our Apartment
Be Horror's least.

The Body - borrows a Revolver -
He bolts the Door -
O'erlooking a superior spectre -
Or More -





650

El dolor tiene un Elemento de Vacío:
no puede recordar
cuándo empezó – o si había
un tiempo en el que no existió –
No tiene Futuro – salvo sí mismo –
Su ámbito Infinito contiene
su Pasado – iluminado para percibir
nuevos Períodos – de Dolor.

650

Pain – has an Element of Blank –
It cannot recollect
When it begun – or if there were
A time when it was not –
It has no Future – but itself –
Its Infinite realms contain
Its Past – enlightened to perceive
New Periods – of Pain.

* Traducción por Juan Afanador y Santiago Ospina

domingo, 22 de enero de 2017

El progreso de la ciencia de Silvina Ocampo








En otros tiempos los hombres no sólo conocieron la curación de la ceguera, sino el secreto del rejuvenecimiento. Un rey piadoso, cargado de virtudes e infinitamente bello, que tenía un solo defecto, la presunción, al sentir que envejecía mandó cegar a todos los súbditos, que trataban de imitarlo, para que no sufrieran un desencanto. El rey pensó que al no ser vista su desdicha, dejaría de existir. Se equivocó. No podía hacer nada sino lamentar su vejez. Más uno de los súbditos, que era sabio, con el correr del tiempo decidió salvar a ese rey que amaba tanto a su pueblo. El sabio y sus compañeros, con el vehemente deseo de salvar al rey, hallaron el modo de rejuvenecerlo. Como primera medida los sabios ordenaron la construcción de un palacio de hielo, donde encerraron al rey. Nunca se supo con qué productos químicos lo alimentaron durante varios meses. Al cabo de un tiempo, que pareció larguísimo al rey y brevísimo a los sabios, el rey volvió a ser como cuando tenía veinte años. Al verse en el espejo, tan hermoso, el rey suspiró de alegría y se contempló durante tres días y tres noches, sin comer ni dormir. No podía hacer nada, sino alegrarse de ser joven. Llamó a los súbditos para que lo admiraran, pero hombres, mujeres y niños miraron para otro lado, con sus miradas blancas. Llamó a todos los animales del reino, pero los animales no saben lo que es un hombre hermoso. Si hubiera sido una mujer, tal vez un mono se hubiera enamorado de él, pero no era mujer y no había monos en todo el territorio. Al cabo de un tiempo se cansó de los espejos, de vestirse y de peinarse, entristeció y quiso morir. –De qué me sirve mi belleza, si nadie la ve. Mi juventud está en los ojos que me miran –dijo, y llamó a los sabios, que llegaron guiados por sus perros lanudos. –Ustedes tienen que devolver la vista a los ciegos –dijo el rey, que seguía lamentándose– o moriré. ¿Quién me mira?–Majestad, los animales tienen ojos que ven.

–Los animales me aburren. –Juegue al diábolo. Es un juego solitario.–Quiero que las personas me vean –gritó desconsoladamente. Los sabios se encerraron en sus casas para leer y estudiar, pero los libros para ciegos se leen lentamente, y las manos aprenden lentamente a reemplazarlos ojos que no ven. Hicieron experimentos con muchos reptiles, animales feroces y domésticos. El rey lloró tanto que envejeció de nuevo en poco tiempo. Las lágrimas dejaban huellas en sus ojos y sus dos cejas afligidas marcaban arrugas en la frente. "¿Qué hacen los sabios?" pensaba, con resentimiento nocivo. Los sabios, que no alardeaban de sus descubrimientos, preparaban una sorpresa para el rey: en un día determinado devolverían la vista a todos los ciegos. Fue difícil organizar las cosas. El rey, al ver llegar ese ejército de videntes, que llenaba las calles, se ocultó en el palacio de hielo. Se cubrió la cara con una máscara verde, y el mismo día ordenó a los sabios, bajo pena de muerte, que cegaran de nuevo a los súbditos, hasta que él rejuveneciera. Varias veces el rey recuperó la juventud y los ciegos la vista, siempre a destiempo, con igual zozobra que la primera vez, pues los sabios no podían comprobar, por ser ciegos, en qué momento el rey había rejuvenecido; pero la vida no es eterna y tiene que terminar, aun para los que rejuvenecen. Por eso mismo el rey, después de cien años en plena juventud, antes de morir, destruyó el secreto de los sabios."No quiero –dijo en su testamento– que otros reyes rejuvenezcan, ni que los ciegos recobren la vista, si no es para mirarme a mí. Quiero que la historia de mi reino, con su dicha y su dolor, sea única en el mundo. Además esta costumbre que hemos adquirido podría convertirse en moda, y detesto la moda. El plagio no se practica sólo en literatura, detesto también el plagio. Conozco un pelagatos, rey de no sé dónde que pretendía arrancar los ojos de su cónyuge para que no le viera los párpados hinchados. Otro pelagatos más conocido, rey también, hizo perforar los tímpanos de sus discípulos (un famoso orador) para que no oyeran los desvaríos de su vejez."Después de redactar su testamento el rey se suicidó con los sabios, que le agradecieron, hasta en el último suspiro, el honor que les hacía de morir con ellos, sin advertir que lo hacía por egoísmo, o más bien dicho, por interés, para poder disponer de ellos en el cielo o en el infierno, donde creyó que también envejecería.

martes, 17 de enero de 2012

Silvina Ocampo (Buenos Aires 1903-1994)




Envejecer

Envejecer también es cruzar un mar de humillaciones cada día;
es mirar a la víctima de lejos, con una perspectiva
que en lugar de disminuir los detalles los agranda.
Envejecer es no poder olvidar lo que se olvida.
Envejecer transforma a una víctima en victimario.

Siempre pensé que las edades son todas crueles,
y que se compensan o tendrían que compensarse
las unas con las otras. ¿De qué me sirvió pensar de este modo?
Espero una revelación. ¿Por qué será que un árbol
embellece envejeciendo? Y un hombre espera redimirse
sólo con los despojos de la juventud.

Nunca pensé que envejecer fuera el más arduo de los ejercicios,
una suerte de acrobacia que es un peligro para el corazón.
Todo disfraz repugna al que lo lleva. La vejez
es un disfraz con aditamentos inútiles.
Si los viejos parecen disfrazados, los niños también.
Esas edades carecen de naturalidad. Nadie acepta
ser viejo porque nadie sabe serlo,
como un árbol o como una piedra preciosa.

Soñaba con ser vieja para tener tiempo para muchas cosas.
No quería ser joven, porque perdía el tiempo en amar solamente.
Ahora pierdo más tiempo que nunca en amar,
porque todo lo que hago lo hago doblemente.
El tiempo transcurrido nos arrincona; nos parece
que lo que quedó atrás tiene más realidad
para reducir el presente a un interesante precipicio.


Las caras


Las caras de los hombres que en mi vida he encontrado
me persiguen y viven adentro de mi espíritu.
Las caras de los hombres que he encontrado en mi vida
me miran y me abruman.
Podría dibujarlas pero nunca me atrevo.
Algunas tienen cuerpos y llevan en las manos
anillos y collares, flores de terciopelo,
algunas son mansiones, son jardines, son ríos,
algunas son un viaje, una playa, un desierto.
Algunas son de mármol, algunas son fenicias,
algunas son romanas, griegas y perniciosas
con los rasgos borrados.
Algunas tienen penas, muchas penas algunas,
y largas cabelleras que lloran en el viento.
Algunas son horribles, casi siempre me advierten
que un peligro me acecha.
Algunas tienen horas marcadas en los ojos
y son como clepsidras,
me despiertan de noche.
Algunas me quisieron
y movieron los labios para decir mi nombre.
Algunas no entendieron nunca lo que les dije
ni supieron por qué las miré largamente.
Algunas son anónimas
llevan frutas y fuentes, manos de terracota,
como las estaciones.
Algunas se arrodillan, buscan algo en la tierra.
Algunas como pájaros siempre estiran el cuello.
Algunas se inclinaron
y escribieron sus nombres sobre mi corazón
sin que yo lo advirtiera.
Algunas fueron mías, algunas se alejaron
y perdieron su sexo, su virtud y su candor;
fueron como la imagen
del infierno en el mundo
que tratamos, en vano, de olvidar.
Algunas fueron deidades
que no olvidaré nunca.

Quisiera ser tu predilecta almohada...


Quisiera ser tu predilecta almohada
donde de noche apoyas tus orejas
para ser tu secreto y ser las rejas
de tu sueño: dormida o desvelada

ser tu puerta, tu luz cuando te alejas,
alguien que no trató de ser amada.
Huir de la ansiedad que está en mis quejas,
poder a veces ser lo que soy, nada,

no tener nunca miedo de perderte
con variación y honda infidelidad,
jamás llegar por nada a concederte

la tediosa y vulgar fidelidad
de los abandonados que prefieren
morir por no sufrir, y que no mueren.