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domingo, 28 de julio de 2013

Roberto Daniel Malatesta (Santa Fe, 1961)



La confianza de los pájaros

Una cardenilla y un cachilo casi a mis pies.
Yo no me muevo,
todo movimiento
sería
una desconsideración.
Empero esta obligada quietud
es mi mayor libertad,
hace que me reconozca contenido
en un espacio sin lindes.
Siento que al saberlo
la brisa de la mañana
también lo sabe.
No es extraño
que esta sabiduría
hija del espíritu
sea la madre
de la confianza de los pájaros


Un simple espectáculo

Mi hija y yo observamos cómo entrenan perros.
No es por interés en el asunto,
es cierto que nos gustan mucho los animales,
hoy estamos aquí sin más cuestiones.
Apacible espectáculo:
hombres y bestias,
viento y un cielo gris,
luz a lo lejos, en los bordes,
donde quiebran las nubes.
Estamos bien aquí,
la tarde nos parece inmejorable,
echados en el pasto sin nada que hacer,
nada podría resultar mejor, tanto que
yo no sé qué es esto, cómo denominarlo,
si felicidad, busco el cómo y el porqué
sin nombre alguno todo me desborda,
sin nombre alguno, no está mal, mejor así.
Todo es inmensidad:
el pasto, el viento, la luz,
Todo importa, empero, nada es importante:
sólo grande y sin peso.
Estamos bien aquí.


Mientras el otoño

Mientras el otoño
ocupa su lugar
en el hueso tibio de las cosas,
yo, como quien se sienta a ver
un espectáculo,
espero a que la poesía dé comienzo.

Austera y espléndida
unida a la osamenta fría del otoño,
casi al trasluz de las palabras.

de "Cuadernos de no hacer nada"


Mi hijo y el perro viejo


Mi hijo identifica al perro viejo como suyo,
dice que el nuevo es mío, y a mí me da tristeza.
Pudo haber elegido al joven, pero no, escogió al viejo
que pronto va a morir, y si la muerte es triste
la inocencia de mi hijo le añade un tristísimo elemento.
Se sabe que la muerte cría a su alrededor
colonias de animales melancólicos
y en cada rincón reproduce un símil de sí misma,
falsas muertes que cumplen la misión de ofuscarnos.
Yo quisiera evitarle un pesar a mi hijo,
mas no consigo sino acongojarme.
Hoy jugamos a la pelota y yo perdía siempre,
mirando a los rincones, desatento.
El se rió mucho, ríe y piensa en su perro.
Puede lo que yo no, cree sólo en la vida.


Dormir sobre una piedra

Hoy dormí sobre una piedra,
sobre la misma piedra dormía el sol,
el sol y la piedra eran mi lecho
yo no tenía otra visión que el cielo,
no tenía otro pensamiento que un cielo sin nubes.
Pronto apareció un grupo de aves,
creí que se trataba de nuevos pensamientos
pero eran aves reales, pude oír sus gritos,
giraban en círculo, quizás sospechaban que estaba muerto,
seguramente eso creían pues moví una pierna
y luego moví otra pierna
y las aves desaparecieron.
Regrese entonces a mi único pensamiento
y al sonido único que era el del viento,
a la sensación una del sol de la piedra.
Me hallaba en otro sitio,
en un solo y único otro sitio,
estaba en una piedra y nadie podía hallarme
nadie podía molestarme excepto las aves
que pronto regresarían a verificar
si al fin me había muerto.