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domingo, 29 de junio de 2014

Raúl Gustavo Aguirre (Buenos Aires,1927 - 1983).


El poeta perdido


Hoy encontré en la calle a un viejo amigo que escribía poemas,
delicados, modestos y radiantes poemas.
Y me contó el amigo que en otro tiempo fue la poesía una indagación de su ser,
que fue la poesía un hermoso momento de su vida,
que después se casó, tuvo hijos, y ahora peleaba duramente por el pan de los suyos
y no escribía más poemas porque ya no necesitaba escribirlos.
Y yo le dije me parece muy bien:
vives en el poema verdadero
que es vivir con aquellos, por aquellos que amas.
Y mi amigo se fue, su rostro triste y sus espaldas encorvadas,
y yo pensé que cada uno tiene derecho a vivir como puede,
pero en el fondo un sentimiento me decía
que en él había algo vencido,
que si uno peleó por sacudirle el polvo a las palabras
y el resplandor de las palabras le quemó hasta los tuétanos,
ya no se puede ir para atrás porque entonces los vampiros avanzan
y hasta Rimbaud, si hemos de creer a su hermana, comprendió en su agonía
que hay que morir peleando por el poema de siempre.

“Antología”, Monte Ávila Editores, Buenos Aires, 1978.

Lo Ultimo

Haber dejado una moneda de fuego en la mano de otro,
haber atado ciertos hilos de amor y resplandor,
haber perdido algo al salir de la casa vacía.

Haber estado, haber acompañado,
haber estado complicado con el viento que siempre tiene razón,
con la tierra y el agua y con la hierba que siempre tienen razón.

No haber cumplido años lejos de sí mismo,
no importa si de rodillas o en medio del pantano pero cerca de sí,
o entre asuntos pendientes o torcidos desde el comienzo,
pero masticados con tus dientes.

No importa ser un objeto más o menos clasificable despreciable por los que deciden,
no importa ser superado, masacrado, tergiversado, desmentido,
con todo eso se hace la verdad.

No importa ser interrumpido
si estás al pie del árbol gigante en el día sin fin,
al pie del árbol de piedras preciosas del sueño que sólo pertenece a los hombres,
y si has podido hablar con esas piedras
y acompañar hasta su casa a alguien
en un momento duro de la noche (y vivía tan lejos).

No importa que no haya solución para nadie ni perdón para nadie,
ni si al fin estás solo en las salinas de la madrugada
haciendo todo lo posible para que salga el sol,
para que esos rostros queridos no se hundan en los rápidos de la nada
que acecha tanta maravilla.