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sábado, 9 de marzo de 2019

Javier Heraud (Miraflores, Lima, Perú, 1942 – Madre de Dios, 1963)




Yo no me río de la muerte

Yo nunca me río
de la muerte.
Simplemente
sucede que
no tengo
miedo
de
morir
entre
pájaros y árboles
Yo no me río de la muerte.
Pero a veces tengo sed
y pido un poco de vida,
a veces tengo sed y pregunto
diariamente, y como siempre
sucede que no hallo respuestas
sino una carcajada profunda
y negra. Ya lo dije, nunca
suelo reir de la muerte,
pero sí conozco su blanco
rostro, su tétrica vestimenta.
Yo no me río de la muerte.
Sin embargo, conozco su
blanca casa, conozco su
blanca vestimenta, conozco
su humedad y su silencio.
Claro está, la muerte no
me ha visitado todavía,
y Uds. preguntarán: ¿qué
conoces? No conozco nada.
Es cierto también eso.
Empero, sé que al llegar
ella yo estaré esperando,
yo estaré esperando de pie
o tal vez desayunando.
La miraré blandamente
(no se vaya a asustar)
y como jamás he reído
de su túnica, la acompañaré,
solitario y solitario.
--

De El Viaje 1961





krishna o los deseos
 
 
 
 
 
                                        A. C. B., interminable amigo.
                                        Keshava, ¿con qué objeto mataría
                                        a los míos? No deseo la victoria,
                                        los reinos ni los placeres.
                                                                         Bhagavad-Gita. I, 31
 
  
                      I

    No deseo la victoria.
    La victoria es siempre pasajera,
    no queda después  sino la muerte,
    el regocijo, el gozo falso de la vida:
    una hierba caída sobre el hombro,
    un refugio que aguarda su retorno,
    un escondido llanto después de la
    batalla y la victoria.
    Un vaso palpitante,
    un cuerpo en perpetuo movimiento,
    un cenicero vacío eternamente
    son más efímeros quo la victoria,
    efímera y vana, cansada y agotante.
    Difícil es remar a  remo suelto,
    difícil llenar el vaso lleno,
    difícil cambiar el tiempo ajeno.
    No deseo la victoria ni la muerte,
    no deseo la derrota ni la vida,
    sólo deseo el  árbol y su sombra,
    la vida con su muerte.
   
                       II
   
    No deseo los reinos.
    Un reino es siempre mensurable:
    tantos metros y distancias,
    tantos bueyes y caballos lo
    separan de otros reinos pasajeros.
    No deseo ningún reino:
    mi único reino es mi corazón cantando,
    es mi corazón hablando,
    mi único reino es mi corazón llorando,
    es mi corazón mojado:
    mi reino es mi seco corazón  (ya lo dije)
    mi corazón es el único reino
    indivisible,
    el único reino que nunca nos traiciona,
    mi reino y mi corazón,
    (ya tengo el corazón)
    no deseo los reinos si tengo mi
            pecho y mi garganta,
    no deseo los valles ni los reinos.
   
                       III
    
    No deseo los placeres.
    No existe el placer sino la duda,
    no existe el placer sino la muerte,
    no existe el placer sino la vida.
    (El mar lavará  mi espíritu en las arenas,
    lo lava todos los días en el recuerdo,
    lo ha lavado con palabras,
    el mar no es un placer sino una vida).
    El mar es el reino de la soledad y el naufragio.
    

                     IV
    
    No deseo sino la vida,
    no deseo sino la muerte.
                 

                      V

    Descansar en el valle
    que baña el río todas las tardes,
    en las arenas que cubre el. mar
    todas las noches,
    en el viento que sopla en los ojos,
    en la vida que alienta ya sin fuego,
    en la muerte que respira el aire lleno,
    en mi corazón que vive y muere diariamente.
                                  

Noviembre, 1960.
 
 



domingo, 2 de abril de 2017

Blanca Varela (Lima 1926, 2009 )







Curriculum vitae


digamos que ganaste la carrera
y que el premio
era otra carrera
que no bebiste el vino de la victoria
sino tu propia sal
que jamás escuchaste vítores
sino ladridos de perros
y que tu sombra
tu propia sombra
fue tu única
y desleal competidora.


 de “Canto villano”




Secreto de familia

soñé con un perro
con un perro desollado
cantaba su cuerpo su cuerpo rojo silbaba
pregunté al otro
al que apaga la luz al carnicero
qué ha sucedido
por qué estamos a oscuras

es un sueño estás sola
no hay otro
la luz no existe
tú eres el perro tú eres la flor que ladra
afila dulcemente tu lengua
tu dulce negra lengua de cuatro patas

la piel del hombre se quema con el sueño
arde desaparece la piel humana
sólo la roja pulpa del can es limpia
la verdadera luz habita su legaña
tú eres el perro
tú eres el desollado can de cada noche
sueña contigo misma y basta

 

sábado, 20 de febrero de 2016

Eduardo Chirinos (Lima, 1960- Missoula, Estados Unidos, 2016)








Raritan blues

Para Margarita Sánchez

Aqui no hay bulla ni miseria,
sólo un bosque de árboles mojados y cientos de ardillas
correteando vivaces o escarbando una nuez.
A lo lejos un puente
una interminable fila de automóviles retorna a sus hogares
y nubes balando ante un perro pastor y amarillo.
¿Eres tú quien camina en las riberas del Raritan?
Recuerdo un río triste y marrón donde las ratas
disputan su presa con los perros
y aburridos gallinazos espulgándose las plumas bajo el sol.
Ni bulla ni miseria.
El río fluye educado como en una tarjeta postal
y nos habla igual que hace siglos, congelándose y
descongelándose,
viendo crecer a sus orillas cabañas, iglesias, burdeles,
plantas refinadoras de petróleo.
Escucho el vasto rumor del Raritan, el silencio de los patos,
de los enormes gansos salvajes.
Han venido desde Ontario hasta New Brunswick,
con las primeras nieves volarán al sur.
Dicen que el río es la vida y el mar la muerte.
He aquí mi elegía:
un río es un río
y la muerte un asunto que no nos debe importar.


Derrota del otoño


Aquí no es bienvenido el otoño.
Nadie lo espera
a la orilla de ningún río melancólico
que esconda en su cauce los secretos del mundo.
El otoño reina en otras latitudes.
Allá lejos, donde los ciclos se cumplen, allá lejos
donde envejecen y renuevan las metáforas.
(El sol se hunde en un verdoso charco
donde flota, solitaria, una hoja de laurel).
Pero esta tarde no ha llovido. Las hojas
se aferran a sus ramas,
heroicamente luchan contra el viento
y en la noche celebran la derrota del otoño.
No saben que las hojas que caen son las escritas
y el árbol un seco y callado poema sin estrías.



 Retorno de los profetas

  los profetas


 Para Antonio Claros

El sol se hará oscuro para ellos 
pero pronto han de volver

Miqueas III, 6


Los profetas han muerto.
Cuernos de guerra anuncian la pronta llegada de la peste,
nuevos tiempos de miseria y escasez.
El campo de batalla está desierto, el cielo se oscurece, la infinita
rueda se ha quebrado.
Dicen que ángeles bellos y monstruosos nos vigilan
pero ya no tenemos ojos para verlos.
Los profetas han muerto.
Atrás los sucios velos que ocultaron la verdad de nuestros rostros,
las ramas que ocultaron la Serpiente cuando rogamos placer
y nos dieron a cambio la resignación.
Textos venerables son ahora pasto de las llamas,
sólo la lechuza mira con indiferencia la corona
que rueda a los pies del más miserable de los dioses.

Sólidas estatuas se arrodillan, gimen, se arrancan los cabellos,
los mástiles que antaño sujetarán los más bravos marinos
golpean la memoria de los dioses que quedan,
¿a quién debemos acudir cuando nos coja la peste?
Los mendigos del reino asaltan los jardines, desprecian los
oráculos, reparten por igual sus pertenencias. 
Los nobles del reino conservan sus arcas, sus vinos, sus mujeres, 
el miedo que gobierna la implacable voluntad de los presagios. 
Los profetas han muerto.
Nadie ahora nos engaña, nadie nos confunde, nadie 
nos dice la verdad, y estamos solos. 
Estamos solos esperando la señal que nos indique 
dónde hemos de ir para honrar con dolor a los profetas.

lunes, 30 de noviembre de 2015

Manuel Scorza (Lima 1928 ,Madrid 1983)




La casa vacia
Voy a la casa donde no viviremos
a mirar los muros que no se levantarán.
Paseo las estancias
y abro las ventanas
para que entre el Tiempo de Ayer envejecido.
¡Si vieras!
Entre las buganvillas
cansadamente juegan
los hijos que jamás tendremos.
Yo los miro. Ellos me miran.
Mi corazón humea.
Éste es el sitio
donde mi corazón humea.
Y a esta hora,
en el balcón, callada,
yo sé que tú también te mueres
y piensas en mí hasta ensangrentarte,
Yo también pienso en ti.
Óyeme donde estés:
por esta herida no sale sólo sangre:
me salgo yo.

miércoles, 6 de junio de 2012

Daniel Oblitas (Lima 1983, Buenos Aires 2011)


Despierto frío


de un sueño pantanoso

el barro me chupa
reptiles hambrientos
mandan lenguetazos

le pido al cielo
que envíe ángeles
pero surge la tempestad
y el fango se hincha...

inedito

Toda mía tu naturaleza

como un mono perezoso
en su rama favorita
no te pido que seas mi árbol
solo que cada fruto tuyo
caiga en mi boca
y que sus hojas siempre guarden el rocio

Cabello solar

me haces dormir
bañado de luz
meciéndome
en la superficie de un oceano


Durmiendo de día

al abrir los ojos
los sueños se pierden
como una descarga eléctrica
y el humo que sale de mis pestañas
se desvanece con los fantasmas en la luz

duermo de día
espero la noche
mi cama se niega a soltarme
con sus frazadas me atrapa
tomando la forma de mi cuerpo

despertar solo
es como perderse en un desierto
el agua que crees ver
no es más que la misma arena
que te raspa la garganta

pero al lado de tu cuerpo
la naturaleza es aun más salvaje
y tengo ganas
de que cada respiración
sea como un tornado
que vuelve a enredarme los cabellos

La resignación

como miembro vitalicio
de la clase laboral
me resigno a estar en el mostrador
saludando cordialmente a los parroquianos

pero les confieso:
me gustaría ser el hijo de Al Capone
vivir de su patrimonio
apadrinando fiestas indecorosas

dándole de beber
a cualquier sediento
cansado de su condición


Aneurisma

Ellos ya me creen dormido
hablan de sondear la arteria
abriéndome la espalda a pinchazos
y el mar golpeándome el pecho
en este quirófano invernal

adormecida carne
servida en la camilla
donde la hoja del bisturí
mortaja con su ciencia

y más allá de toda esta anestesia
sé que volveré a ver mi horizonte
de pie ante el suelo que me enseño a caminar

abatidos los parpados
descienden como cascadas
de una blanca luz artificial
en áridas montañas
grises por un cielo seco

mientras un viento me tira de los pelos
abrazo una gigante piedra
y le pido que me lleve
a un pacífico océano
donde pueda sumergirme
y luego volver a la superficie

al despertar
cobijado por las frazadas
la ventana trasluce la noche
con un sosiego celeste
y siento el céfiro labial
de un beso húmedo

Regocijado en la pereza

no pretendo alterar algo
ni dejar descendencia
pero quiero seguir mirando

rascarme la barriga
mientras el sol
atraviesa mis ventanas

el viento hace flamear las cortinas
también mis hojas
y las vibraciones de los parlantes
marcándome el ritmo cardiaco

haciendo nada
mientras todo está encendido
mudo el televisor
transmitiendo la hecatombe

navego en el computador
sobre una silla giratoria
deseando un aire acondicionado



De : Céfiro Labial (Huesos de Jibia 2011)

Bio

Nací en Lima –Perú el 6 de febrero de 1983
Resido en la Argentina hace 10 años.
Llegué a este país en un bus naranja oxidado.
En los tres largos días de viaje no paramos de beber chicha
ni de entonar canciones del Zambo Cavero.
El chofer también bebía y los caminos se hacían abismales
las ruedas patinaban sobre el barro pantanoso de las rutas sin asfalto.
Y yo pensaba en ella, en ese aroma del mar pacifico
También recordaba con odio a esa vieja cristiana de su madre
que le decía que yo era un hereje bueno para nada.
Y en el milico de su viejo que me miraba con desconfianza
por saber andar con los cholos cantando huaynos.
En ese bus todos huían de algo, sus rostros lo decían
yo también, pero no determinaba cual de las dos razones
era la causante de mi partida.
Hasta que llegué a Retiro y me recibió mi padre, en su casa nos esperaba el asado y el vino.
Nos sentamos a la mesa y él masticando un trozo de carne
me dijo que en este lugar había que hacer patria con las fuerza de nuestros brazos
mientras lo escuchaba
pensaba que debía haberme quedado con mi madre
allá en las aguas del pacifico.
Hasta que la noche se hizo presente y buenos aires me atrapo.
Me vi envuelto en una tribu de desacatados que trafican gestos de amor en lo cotidiano.
Este lugar es parte de mí, como lo es el cajón vibrante de los negros de chincha.
Como la mazamorra morada y el suspiro de una Lima
que no dejo de recordar.

inedito tomado del blog " El muchacho de los helados"

lunes, 26 de septiembre de 2011

Cesar Vallejo (Santiago de Chuco, Perú1892 - París 1938)



  Voy a hablar de la esperanza
  

   Yo no sufro este dolor como César Vallejo. Yo no me duelo ahora como artista, como hombre ni como simple ser vivo siquiera. Yo no sufro este dolor como católico, como mahometano ni como ateo. Hoy sufro solamente. Si no me llamase César Vallejo, también sufriría este mismo dolor. Si no fuese artista, también lo sufriría. Si no fuese hombre ni ser vivo siquiera, también lo sufriría. Si no fuese católico, ateo ni mahometano, también lo sufriría. Hoy sufro desde más abajo. Hoy sufro solamente.
     Me duelo ahora sin explicaciones. Mi dolor es tan hondo, que no tuvo ya causa ni carece de causa. ¿Qué sería su causa? ¿Dónde está aquello tan importante, que dejase de ser su causa? Nada es su causa; nada ha podido dejar de ser su causa. ¿A qué ha nacido este dolor, por sí mismo? Mi dolor es del viento del norte y del viento del sur, como esos huevos neutros que algunas aves raras ponen del viento. Si me hubieran cortado el cuello de raíz, mi dolor sería igual. Hoy sufro desde más arriba. Hoy sufro solamente.
     Miro el dolor del hambriento y veo que su hambre anda tan lejos de mi sufrimiento, que de quedarme ayuno hasta morir, saldría siempre de mi tumba una brizna de yerba al menos. Lo mismo el enamorado. ¡Qué sangre la suya más engendrada, para la mía sin fuente ni consumo!
     Yo creía hasta ahora que todas las cosas del universo eran, inevitablemente, padres o hijos. Pero he aquí que mi dolor de hoy no es padre ni es hijo. Le falta espalda para anochecer, tanto como le sobra pecho para amanecer y si lo pusiesen en la estancia oscura, no daría luz y si lo pusiesen en una estancia luminosa, no echaría sombra. Hoy sufro suceda lo que suceda. Hoy sufro solamente. 

de "poemas en prosa"




Espergesia

Yo nací un día
que Dios estuvo enfermo.
Todos saben que vivo,
que soy malo; y no saben
del diciembre de ese enero.
Pues yo nací un día
que Dios estuvo enfermo.
Hay un vacío
en mi aire metafísico
que nadie ha de palpar:
el claustro de un silencio
que habló a flor de fuego.
Yo nací un día
que Dios estuvo enfermo.
Hermano, escucha, escucha...
Bueno. Y que no me vaya
sin llevar diciembres,
sin dejar eneros.
Pues yo nací un día
que Dios estuvo enfermo.
Todos saben que vivo,
que mastico... Y no saben
por qué en mi verso chirrian,
oscuro sinsabor de féretro,
luyidos vientos
desenroscados de la Esfinge
preguntona del Destierro.
Todos saben... Y no saben
que la luz es tísica,
y la Sombra gorda...
Y no saben que el Misterio sintetiza...
que él es la joroba
musical y triste que a distancia denuncia
el paso meridiano de las lindes a las Lindes.
Yo nací un día
que Dios estuvo enfermo,
grave.


Ágape

Hoy no ha venido nadie a preguntar;
ni me han pedido en esta tarde nada.
No he visto ni una flor de cementerio
en tan alegre procesión de luces.
Perdóname, Señor: qué poco he muerto!
En esta tarde, todos, todos pasan
sin preguntarme ni pedirme nada.
Y no sé qué se olvidan y se queda
mal en mis manos, como cosa ajena.
He salido a la puerta,
y me da ganas de gritar a todos:
Si echan de menos algo, aquí se queda!
Porque en todas las tardes de esta vida,
yo no sé con qué puertas dan a un rostro,
y algo ajeno se torna el alma mía.
Hoy no ha venido nadie;
y hoy he muerto qué poco en esta tarde!