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sábado, 17 de septiembre de 2016

Horacio Zabaljáuregui (América, provincia de Buenos Aires, 1955)

 



Limonera


Galerones, lecheras, limoneras,

mariposas de alcurnia

y las otras,

plebeyas que uno caza a golpes de rama,

cortando el aire.

Las mariposas escanden lo abierto del verano.

Su vuelo puntea errancia

en un pentagrama invisible.

Una tarde cacé una limonera:

aerodinámica,

fileteado amarillo sobre terciopelo negro,

la cola como una coupé Impala,

con las alas abiertas apenas cabía dentro del frasco de mermelada.

La esperé como en otras tantas tardes,

cerca del limonero fragante,

para contemplarla

(¿sería siempre la misma?

¿Un avatar limonera que en la repetición aseguraba la continuidad

del sol en lo alto del cielo?)

Ahí estaba volando distraída.

Con descuido aristocrático, se entregó a la captura.

Le di flores que ignoró. Mostré el trofeo a cuantos pude.

Pegaba los ojos al vidrio como un gigante primitivo

esperando vaya a saber qué revelación.

La mariposa exploró desdeñosa la prisión y cerró las alas.

Mi entusiasmo se apagaba.

La limonera me contagió su aburrimiento.

Cuando el sol empezaba a caer,

abrí la tapa con hendiduras,

y se fue deslizando fuera del frasco.

Aturdida,

en un momento sublime,

se paró sobre mi índice derecho como un ave de cetrería.

Agitó las alas para disponerse al vuelo :

la vi irse,

desplegada, suntuosa;

ese camafeo ondulante

trazó

por única vez y para siempre

el límite

entre el crepúsculo y la noche.



Guerras del agua

Carnaval.

En el chalet frente a la plaza resisten las chicas de Gómez.

Tienen una manguera con buena presión y capacidad de recarga.

No son buenas para los baldazos,

pero se empeñan con una enjundia de amazonas de Momo.

Los varones somos cinco o seis y usamos las canillas de la plaza

para abastecernos.

Al principio el agua sale con mucha fuerza y rompe el pico de las

bombitas.

Al fin llevamos dos baldes llenos con diez o doce cargadas.

Las chicas nos azuzan para que atravesemos el corredor lateral,

hasta el patio del fondo.

Para cuando nos ponemos a tiro,

ya nos empapan

Gritos de triunfo acompañan la defensa exitosa.

Nos retiramos a pertrecharnos y a decidir el curso de la acción:

pedimos que salgan, que vengan a la descubierta.

Cuerpo a cuerpo, a empaparse.

Decidimos una última incursión,

a baldazo limpio,

pero las nínfulas contraatacan:

con furor nos persiguen hasta la plaza.

Entre los destellos de sol,

bajo las glorietas,

Momo alienta

a perseguidoras y perseguidos.

Ida y vuelta,

vibra

la excitación.

Nos ahoga.

La ropa mojada pegada al cuerpo de las chicas,

los torsos desnudos de los chicos,

la respiración jadeante;

púberes borrachitos.

Encendidos.

Esa noche,

en el corso,

sonreiremos cómplices,

fingiendo indiferencia;

expectantes y al acecho

seguiremos,

en el ritual del vaivén,

lo que resta del verano.



 Del libro " America" editorial Bajolaluna 2014