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domingo, 18 de diciembre de 2011

Héctor Eduardo Ciocchini (La Plata, 1922 – Buenos Aires, 2005)








A María Clara


Sálvame, martirizada,
de la crueldad del amor, de los seres humanos,
de su feroz herida. Llévame
a la serenidad del canto.
Que mi plegaria sea ponderada, un bálsamo
para mi inquieto corazón.

Tú que sufriste todos los martirios
calma este agudo dolor, la soledad de la edad y de la muerte
asomando sus pies debajo de mis pasos.

Amor que me das muerte
retira la crueldad de tus armas,
cede tu paso al sueño y al reposo.

(De: Homenaje a John Keats y Fragmentos de un Diario, 1995).

Mi existencia (Conjuros)

Si mi existencia es sólo
una gran negación de la luz,
un gran error, un crimen
que sangra por todos los costados,
un vano discurrir sobre los dioses,
su apariencia absoluta de miseria
no hace más que proclamar tu grandeza,
oh gran desconocido.
En tu vacío me muevo
te doy muerte
con cada uno de mis actos;
pero, quizá, al creer darte muerte
sigo tu voluntad,
afirmo mi existencia fugitiva,
tu eternidad sin nombre.




Las orillas desiertas
 

I

Reposa tu cabeza
torturada de sombras y tormentas:
sea la lluvia un saludable olvido
en su morosa destilación
sobre las piedras inmemoriales.
Después de cada viaje
en los recintos ardientes del amor,
en su azaroso olvido,
vuelvo a reconocer mi soledad
como un ciego las piedras de su casa.
Y así en la gruta del deseo,
en donde se repiten los sueños de los padres,
vuelve a llorar una sabiduría
en que sólo se atisba la corriente
de un mar brutal y sordo
que renueva incesante su pasión.

(De: Herbolario, 1982).