domingo, 8 de octubre de 2017

Fernando Kofman (1947, Posadas, Misiones, Argentina)





Mi primer ratón

Es el primer ratón. 
Se instala en mi
biblioteca. 
Masca mis libros. 
No lo escucho. 
Pero a la mañana 
deja sus señas. 
Pequeñas mierditas 
como si fueran 
perlas.

Pasan los días.

Lo busco.
Es astuto.
No lo encuentro.
Se ha refugiado
detrás de la cocina.

Al encargado del 

edificio le digo: 
¿puede ayudarme? 
Hay un ratón. 
Se come mis libros.

Pasamos toda 

una mañana
en la cocina.
El encargado
llena de papeles
el horno.
El humo nos ahoga.
Pero el ratón resiste.

Luego desarmamos 

la cocina.
Cuando el encargado 
desmonta la tapa, 
el ratón sale. 
Corre desesperado 
por toda la cocina.

Es un ovillo gris 

grandote. Veo en 
sus movimientos, 
desesperación. 
Se refugia detrás 
de la heladera.

Lo acorralamos.


Vuelve a la cocina. 

Lo acorralamos.

Vuelve detrás de 

la heladera.

Cuando intenta

huir de nuevo
el palo de la escoba
le da en la cabeza.

Ya está dice

el encargado.

Yace en el piso 

con su boca llena 
de sangre.

Es una rata inmunda, 

me dice el encargado.

Pone su cuerpo 

sobre el periódico 
y se lo lleva.

En la madrugada, 

concluyo la novela "Maus".
Es un cómic novelado.

Todos tienen la 

expresión del ratón 
que murió en mi 
cocina.

Son ratones que van 

y vienen en un campo 
de concentración.

El país está lleno 

de gatos.

Cierro el libro 

y pienso. 
Liquidé a alguien 
que se comía 
mi biblioteca.

Era un parásito. 

Llevaba gérmenes.

En la noche 

detrás de mi ventana, 
los diversos 
letreros luminosos 
de bebidas, autos, 
ropa interior, viajes, 
clubes exclusivos, 
resaltan ciertas palabras.

Son palabras diáfanas,

claras, precisas,
sólo que en mi
mente,
muchas están
contaminadas,
por cruces svásticas.

El aire de la mañana 

vuelve limpio.

Borro los hedores. 

Normalizo mi casa.

Junto a la bolsa 

de basura, 
el cuerpo del ratón 
yace en el periódico. 
Un titular lo envuelve: 
"Congreso de la lengua. 
Se abordó la pureza 
del idioma".

Del libro " Mi
primer ratón " editado por " La carta de Oliver"




1982

Era como la Italia
de posguerra .El país
agonizaba. Solo faltaban
las ruinas humeantes.
Pero las ruinas estaban.

Mi padre se moría. El
cáncer hacia su trabajo.
Se lo estaba llevando
con la rapidez de una
ráfaga de viento.

Pero en aquella destrucción
asomaba la poesía. Los
amigos poetas que ya
no están o se alejaron,
lidiaban con las revistas
de poesía. Había que
extraer flores del derrumbe.


La agonía de mi padre,
las palmeras frente a
su cuarto, los rostros
de la muchedumbre,
No eran una lapida
sobre mi cabeza. Había
que vivir. La escritura
no se suicida.


Ahora con la distancia
de los años, con la mirada
de tanta gente que se
toma lo grave como
un vaso de agua,
añoro la intensidad,
el trabajo por un
nuevo escenario.


Hoy,
da gracia y da pena
los seminarios donde
se suceden los poetas,
para discutir por el
tamaño de su ombligo.

Una guerra no te
deja pensar en eso.
Tenés tu escritura
que no alumbra más
que un fosforo.
Luego salís a la calle
y quien te atiende
en el bar , es un lobo.




De: "En el anochecer la tevé", Ediciones La Carta  de Oliver



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