sábado, 2 de mayo de 2015

M. G. Burello (Haedo , 1969)





Pasión

Esta pasión enfermiza que navega en mi sangre
rara vez se atreve a hablar. Apenas se exterioriza
en círculos concéntricos cada vez más amplios,
en la discreta periferia que oscila en mi entorno.
Oscura y secreta, masiva y central,
se agazapa y ruge en la íntima quietud del alma,
en el silencio y la noche de la escenografía externa.
Sólo en mi pecho se oficia esta liturgia privada,
y a cada sesión, se destruye y renueva su alfabeto,
que hoy ni yo mismo sabría descifrar.
Pulsión que corroe su propio instrumento,
afán que sitia y jaquea su propia sede…
Un mal que no conoce terapia ni redención
y lleva siglos incubando en un cuerpo al que hace sentir joven.
En ocasiones, escribe poesía:
la estás leyendo.


Insomnio

Cesa ya la noche infinita
y cesan con ella los mecanismos del mundo.
Se detienen las nubes y la sangre
en los cielos y en los animales.
Las órbitas celestes distorsionan, se anula
el lento divagar de los planetas. Las estrellas
desconocen el álgebra del cosmos…
Todo se niega a perseverar y seguir.
Cesan los ecos de multiformes contiendas,
y los clamores, y las maldiciones.
Las criaturas se mueren para volver a nacer.
Se imponen el moho y la parálisis.
El fuego se congela en estalagmitas incandescentes.
Y todo es cementerio ya.

En esta sombra cesan todas las cosas
menos yo, que, incólume, no ceso.


En las ciudades

He estado en las ciudades, he visto
lupanares, almacenes, marquesinas.
Y aunque busqué al prójimo sólo encontré
otras personas, otros rostros: soledades.
La identidad se sostiene con andamios endebles
cuando hay miedo a la verdad,
y en la masa la ficción personal
es una mentira empecinada
en perdurar. ¡Escándalo
del que sabe, del que siente,
porque ése ya ha renunciado
al cotidiano juego de la individuación!
Ése respira el aire que a los demás les falta,
y baja la frente en medio del fragor.
Ése lleva su lápida por pasaporte
y no divulga la mala noticia entre oídos sordos.
Está realmente solo. Y es legión.

Al volver de las ciudades descubrí horrorizado
que el río y la montaña guardaban sus secretos,
desconfiados.
Y aunque clamé al cielo, entre llantos,
valles y quebradas no devolvieron mi eco.

Sacerdote

Soy el sacerdote de un culto olvidado
que, tras la peste, vuelve a un templo en ruinas:
sin feligreses ni ritos, prendo incienso
para entibiarme los huesos dolidos
y capear la tormenta. ¡Ay!
Qué sermones no impartiría, qué servicios
no entonarían mis labios resecos,
si en vez de fantasmas me oyeran
figuras de carne…
Pero no hay nadie: la casa está vacía
y en el claustro baldío desfallecen
los culpables de un dogma fenecido
que masticó su final en mi ausencia.

He de guarecerme hasta el alba,
nutriendo mi cuerpo y reposando mi alma;
cuando el sol bese el horizonte
un nuevo sacrificio abrirá el credo.

(Los anales aseguran que ni un monje
de esa fe proscripta retornó a la patria.
El último augur de la secta
murió presa del delirio,
en un ostracismo solitario)

De " Liturgia privada" editado por la editorial "Huesos de Jibia" 2015

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